jueves, 2 de diciembre de 2010

Oda barroca a las putas de Bukowski.

¿Qué alma dulce doncella, antaño virginal y bella, carece de defectos? Dime qué pura ánima ha secuestrado en su inmaculada perfección toda tu virtud.
Hermosa ninfa elefantina que hoy resurges de tu estancia en el infierno y te ves de nuevo bañada por la cálida luz de la bucólica paz originada del tormento caduco, relátame de tus labios corintos la orgía de maravillas del bribón que asesinó tu virginidad inocente.
Enfant-terrible que embriagó tu núbil espíritu con sus besos de espirituosa absenta, imbuyéndote en oníricas borracheras, paso a paso, a la decadencia de tu ser.
Descenso dantesco al inframundo de la miseria humana ¡Mi apolínea Beatriz! ¡Eurídice de mis anhelos! Presa del irracional carcelero de sentimientos de un amor ferviente y entregado que anestesió la razón instintiva de la supervivencia, guiándote en tu sacrificio, tortura votiva.
Él, hijo maldito de perdición, encanto byroniano emboscando la tortuosa esencia de Rimbaud. ¿Dónde reposaba él su opiácea conciencia mientras tú, mi enajenada dulzura, asistías al lento y vertiginoso suicidio de tu existencia?
No acudió raudo y fiero como leal amante a tu afónico auxilio, observó impertérrito y hastiado la sangría asesina de tu cándida ilusión. La armadura acerada de aúrea fascinación que edificaba tu aduladora mirada sobre su magnánimo genio ardió junto con la precaria escalinata que te condujo al estadío de la autodestrucción activa en ausencia del salvador a quien obsequiaste con tu propia vida.
Lamento en balde por las marchitas flores del mal que ornamentan la lápida marfileña de la tumba del gran hombre. Fieles rosas, encandiladas violetas, ¿la habéis encontrado amarga, la belleza?
Renazcas en la más salvaje libertad de las cenizas del cruel deseo que te hizo esclava de tu diablo refulgente cual ángel de bondad.
Pintó tu efigie de bermellón eterno, sembró de cicatrices los efluvios de tus misterios, poseyó tu tierna mente y tu corruptible seno, mi candorosa sílfide de alas quebradas, ¿qué presentes preciados arrebató para siempre, sin atesorar si no malgastarlos, tu fatídico y pérfido objeto de pasión cristalina y devota?
Ofelia mía de esplendorosa belleza descosida, requiem por el ser perdido, súplica de oportunidades no-natas, reniega de la adicción injusta y vetusta a la cicuta de su beodo simiente.
Sálvate tú, pues jamás él acudirá a tu agónico socorro.
Ámate tú, pues no es a tí a quien llora la ponzoña de su frágil corazón acorazado.
Cuéntame en verso sufrido los horrores del malherido amor muerto antes ya de haber nacido, reciprocidad ausente y caprichosa, beldad crucificada en retazos de su olvido.
Quiérete tú, mi convaleciente venus empapada de insalváble dolor platónico. Quiérete tú, que yo lo haré contigo.






Female.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Seres sin reflejo.

En ocasiones, lo que nos rodea es una suerte de campo magnético idéntico al que ostenta orgulloso el resto de la población. Llamádlo halo o sencillamente personalidad antisocial, yo prefiero no llamarlo, quizás así consiga mantenerlo alejado de mí. Ni me enorgullezco, ni me avergüenzo, sólo una característica más dentro de los adjetivos de una descripción que nunca me esfuerzo en concretar debido a lo efímero de su validez. La certeza de saber que por muy clara que sea mi exposición no podrán jamás entenderlo me hace preguntarme si, quizás, no sea mío el problema en lugar de suyo. Tratar de poner en palabras sensaciones y sentimientos es cohartarlos hasta límites casi ofensivos con la única finalidad de encontrar compresión o alivio en cualquier otro ser humano. No podemos entendernos, realmente es imposible, somos capaces únicamente de identificar lo que nos describen con experiencias propias de tinte más o menos similar y dejar que nuestra empatía haga el resto. Buscamos la exclusividad de lo nuestro, aquello que nos recuerde que somos únicos y decisivos, sin embargo, más a menudo de lo que tal vez nos gustaría recurrimos a las generalizaciones y necesitamos sentirnos identificados con otros, encontrar en ellos un espejo que nos ayude a sobreponernos. El ser humano es contradictorio. Necesito soledad, una inyección que me sede y me obligue a dormir, yo y mis fantasmas, hasta que el mundo haya dejado de ser un territorio deshumanizado y extraño para mí. Pido soledad porque así me siento acompañada, echar de menos algo implica idealizarlo y ansiarlo, una vez que lo obtienes suele decepcionarte y pasar desapercibido en el torbellino de lo cotidiano. Quiero estar recluída conmigo misma porque anhelo teneros de nuevo, sentiros cerca de mí como antaño, quiero necesitaros con letras mayúsculas. Esa necesidad es una realidad que, día tras día, me impulsa a rechazar la monotonía y convertirme en algún personaje secundario de cine negro. Mi mente sigue alejándose de manera subconsciente, la metáfora del globo de helio que se aleja dentro del cielo infinito evadiendo mis saltos. Estoy aburrida, agotada de buscar en los demás lo que no puedo llenar por mí misma, cansada de repetir una y otra vez los mismos patrones, noche tras noche. Tratar de ser feliz en soledad es arduo y poco satisfactorio, soy un ser social aunque no sepa cómo serlo. Envidio a los personajes fílmicos que, únicamente siendo nombrados, sin ser siquiera necesaria su presencia, se nos quedan grabados a fuego en la mente. No sé deslizarme dentro de vosotros, aquellos que me desnudan olvidan guardarse mis ropas. No soy un recuerdo, soy un pasado sin presente a sus espaldas. Pensaba que mirábais sin ver cuando la única verdad es que no hay dónde mirar. Creo que sólo tú podrías fingir entenderme sin pretenderlo, supongo que por eso escribo esto ahora, cuando no hay nadie que pueda reflejar mi mirada. A fin de cuentas, son solo relatos de una polilla encerrada en tu armario dispuesta a dejarse cegar por cualquier bombilla luminiscente que termine por calcinarla. Historia de cuatros paredes y dos alas grises que no se atreven a volar sin un compañero que, al menos, se interese por conocer sus miedos. Eternos viajes suicidas que no terminan de comenzar en el microcosmos de una habitación.




Female.

lunes, 25 de octubre de 2010

Labios de cicuta, labios de puta.

Aliento con aliento, llamas con hielo. Fusión. Una mirada desnudándome, adelantándose a los acontecimientos. Una erección indiscreta. Deseo ajeno.
Yo no quiero orgasmos, quiero sexo.

La fidelidad es antinatural. No enseñes los dientes si no puedes morder. La parte negativa de dejar pasar una tentación es que quizás no vuelva a presentarse jamás. Aquel que trata de olvidar está condenado a recordar. La sonrisa peligrosa e indescriptible. Pensar en la tentación es el primer paso hacia la caída.Caer está sólo hecho para los afortunados. El remordimiento es la hipocresía del subconsciente. Si no quieres besarme, no me beses.

El infierno en tu mente, el paraíso de tu entrepierna.




Female.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Los ojos verdes.

Esta historia se llama "Ojos verdes". No, no habla de los bonitos ojos verdes de una linda muchacha. Tampoco de la mirada misteriosa de un atractivo galán. En absoluto. Es un relato sobre un cuadro. Lienzo de unos 60x40 cm. Fondo negro y liso, óleo mate y uniforme. Sobre la primera capa a base de pintura negra están elegantemente situadas dos óvalos de un color verde esmeralda, pinceladas cortas y vibrantes, iridiscentes, que casi parecen animales retorciéndose sobre un lecho de negritud. Solo son dos óvalos con una bola más pequeña de intenso y simple negro circunscrita en el centro. Para mí, son ojos. Ojos que no tienen mirada. Un espejismo abiótico que transmite una potente ilusión vital. A veces pienso que no son los ojos, como tales, lo que emiten esa falsa quimera de ser capaces de observar, únicamente la superficie verde. El iris de los ojos ficticios del cuadro. Es una obra anónima e incompleta, sin título. Me gusta pensar en futuros posibles que el artista habría planeado darle al cuadro en su mente. Soy muy dada a inventar historias infinitas, a cual más enrevesada, sobre cualquier objeto, persona o situación que se cruza en mi camino. También suelo divagar sobre las razones que llevaron al artista a abandonar de lado su creación. Yo encontré el cuadro en el desván de la casa del pueblo de mi abuela paterna. Se cayó de un altillo mientras limpiaba. Nadie sabía nada acerca del cuadro o su procedencia. Nada en absoluto. A mí me gustó, me resultó atractivo y me lo llevé a casa. Ha desaparecido, tal y como llegó, oí un ruido y encontré en el suerlo la balda sobre la que estaba apoyado. El cuadro ya no estaba, se fue sin dejar rastro. Hoy me he levantado con la certeza de haber resuelto el misterio de la vida del verde de los ojos. Sé que ese cuadro ha sido pintado, de alguna manera que desconozco, con el líquido del tinte del iris de los ojos de cientos de gatos. El cuadro se ha ido, supongo que ya no podré comprobarlo y, en caso de acertar, probarlo ante los demás. Una historia curiosa la de este cuadro. Los ojos sin mirada, incompletos, creados por algún desconocido con pintura a base de iris felinos. Quizás esté buscando alguien que pueda acabarlo, pero yo no sé pintar y tengo alergia a los gatos.





Female

Prostitut poem.

He conocido a una mujer. No tengo la más mínima idea de cómo se llama, sin embargo, tengo muy claro que no puede ser medida en años. Yo la llamé Gia y aún la llamo así, sin más, porque me gusta ese nombre. Gia es guapa, todos dicen que no pero es realmente preciosa, ella tiene una cara fascinante y un cuerpo muy bonito. Cuando la ví llevaba puesto un vestido corto y ajustado, palabra de honor, medias oscuras y pulcras y zapatos de tacón, llevaba mucho maquillaje. Estaba sola, sentada en una mesa, bebía y fumaba cigarrillos largos. No sé por qué me decidí a entrar en aquel bar pero lo hice y, como cualquiera podría adivinar, la ví. Me senté en la barra. Todo estaba oscuro. En aquel tugurio viejo había unas 6 mujeres y unos 8 hombres, sin contarnos a Gia ni a mí. Pedí vodka. Me gusta el vodka sin nada más. Estuve un rato sentada, me dolían los pies y estaba cansada. No recuerdo en qué estaba pensando pero no me parecía algo que exigiera demasiada concentración. Gia se levantó de su mesa y se sentó en un taburete a mi lado. "Toma"- me dijo sonriendo y entregándome una cuartilla de papel. Lo leí, parecía un poema pero era algo más. Me gustaría reproducirlo palabra por palabra pero lo he perdido. Recuerdo lo que sentí, lo mismo que siento cuando me miro al espejo a las 3 de la madrugada. Gia estaba a mi lado, mirándome pero sin buscar ninguna reacción, tan sólo mirando. "¿Por qué me das esto? - le pregunté- es muy bonito". Gia se acercó un poco más y se puso un cigarrilo, de aquellos alargados, en los labios, no lo encendió. "Porque es tuyo"- respondió con naturalidad. No podía entender nada. Estaba confusa pero de una forma extraña me sentía bien. "¿Cómo?"- fue todo lo que pude decir. Ella me sonrió y acercó el mechero a su boca para encender el cigarro. "Estaba en mi cabeza, te ví y caí en la cuenta de que era tuyo" - afirmó mientras echaba lentamente el humo. Le devolví una sonrisa. "Ponle título"- le pedí. No me importaba demasiado, sólo quería parecer interesante ante Gia. "No tengo nada más que decir y si hubiera podido expresar todo lo que quería en una sola palabra no me habría molestado en usar tantas" - hablaba de un modo tierno que me hacía sentirme cómoda a su lado. Tiene una voz que me resulta muy sensual. Gia me fascina del todo. Su respuesta me hizo comprender que estaba mirando a los ojos de algo importante. Sus ojos son oscuros, no negros, castaños. "Me llamo Carolina . Estudio periodismo en Madrid. Tengo 21 años. Estoy aquí de vacaciones"- hablé de un modo atropellado y automático, como una cinta de radiocassete. Ella siguió fumando. Me miró directamente a los ojos y bebió un sorbo de mi bebida, sin preguntar. "¿Y tú?" - concluí. Gia no apartó sus ojos de los míos, me estremecí un poco. Olía bien, femenina y sexual. "Yo soy, de momento" - susurró sin dejar de fumar. Posó mi vaso de vodka suavemente delante de mí. "¿En qué trabajas?" - le pregunté tan sólo por seguir escuchándola hablar. Me sentía tonta, como sin saber qué decir. Tenía miedo de que se aburriese y se fuera. "Yo no trabajo - tironeó de sus medias con una elegancia un tanto rara - Quieres saber cómo gano dinero, ¿verdad?"- me dijo dulcemente. "Sí, eso"- admití entre avergonzada y ansiosa. Ella puso su mano sobre la mía. Tenía las manos frías. Eso me reconfortó. "Me acuesto con las personas que me apetece, me gusta eso"- gesticulaba como una bailarina. "Ellos me pagan, a veces, porque supongo que entienden que el dinero es útil para subsistir" - habló como si hubiese dicho lo más obvio y lógico del mundo. "¿Eres puta?"- pregunté con franqueza. "¿Lo soy? - preguntó Gia curiosa - No lo sé, quizás sí, ¿por qué no?" - se rió. Gia me gusta mucho, tiene una vida increible. Ella es inteligente, más que nadie que haya conocido. "Me gustas, creo que eres muy guapa - aseguró- ¿Quieres que te bese?" - me preguntó acercándose mucho a mí. Apagó su cigarrillo. "Sí, me gustaría mucho" - respondí acercándome también a ella. No hay explicación para eso. No la hubo entonces ni la hay ahora. Creo que quise a Gia, ahora también la quiero. Siempre había estado con hombres. Gia me besó. Nos besamos después. Los besos de Gia son los mejores. Me excitan mucho, también el corazón y el alma. Sé que quería seguir besando a Gia sin parar. Ella se apartó. Gia es muy erótica, sus gestos, todo lo hace de esa forma. "Quiero sexo - me dijo con delicadeza mientras colocaba su pelo - Me encantaría poder acostarme contigo" - su naturalidad abrumaba. Yo también quise, siempre quiero cuando es Gia. Se lo dije. Estaba nerviosa, sonrojada, pero tenía muchas ganas. "Tengo que irme - terminó diciendo ella mientras bebía el último trago de mi vodka - Nos volveremos a ver Carolina". Se levantó del taburete. Parecía una pantera negra caminando por la selva. Eso pensé yo. Me quedé allí sentada hasta que cerró el bar. No dije nada. No pude hacerlo. Luego volví al hotel. Encontré a Gia en la puerta. Sonrió de lado, como hace siempre. Pensé en lo guapa y en lo extraña que era, casi a partes iguales. Subimos a mi habitación y nos acostamos. No me apetece contarte como fue, creo que no puedo. Aún no lo tengo del todo claro, siempre es algo distinto cuando se trata de Gia. Así fue cómo sucedió la primera vez. Así encontré a Gia. Todavía sigue conmigo, a veces. Yo no le pago cuando estamos juntas. Hago lo mismo que con mis amigos, cuando me apetece le regalo cosas. Esto es la historia del poema de una prostituta, no la historia de Gia. Ni siquiera es mi historia, ni la historia del día en el que nos conocimos. Ella es Gia y esta es la historia de aquel poema que perdí, el más bonito que haya leído jamás. Le he pedido que vuelva a escribirlo para mí pero ella solo me mira y sonríe como si yo no entendiese algo que no me puede explicar. Ella es preciosa y lista, muy lista y me quiere mucho. Yo la quiero mucho también. Estaría bien recordar aquel poema para tí. Yo no lo necesito, es Gía. Yo a esta historia le pongo título porque no soy como Gía, me parece que resumo todo lo que me falta por decir.





Female.

domingo, 13 de junio de 2010

Aguardiente de Jara.

No hay nada más peligroso que el desencanto, la pérdida de toda clase de esperanza e ilusión causada por cientos de amargas decepciones. El hastío, la usanza del error, la pérdida de la inocencia decapitada por la cruenta y tortuosa guillotona de una rutina acostumbrada a fracasar.
Toda causa se antoja imposible y perdida mientras el empeño y la fuerza disminuyen inversamente proporcionales y nos volvemos perezosos y sedentarios ante una visión tan abrumadora y pesimista que nos sume en un estado vegetativo y pasivo-nihilista. El desencanto aniquila la capacidad revolucionaria de las personas.

Habitualmente esta tremenda involución viene dada por la edad. Todos aquellos jóvenes cuyos corazones latieron al unísono algún día lejano entonando la Internacional terminan cansados y magullados tras ver todos sus sueños de adolescencia reducidos a cristales rotos y deudas titánicas (y tiránicas) Vivir tratando de derrumbar un muro de adamantium a base de gritos es agotador de la peor forma posible, emocionalmente. Sucumbimos finalmente a los esquemas, a las decisiones, al televisor y a las facturas. Eran jóvenes, eran puros, eran fuertes... Y ahora solo son hormigas en el terrario que ni tan siquiera se molestan en tratar de resquebrajar los cristales y recobrar aquella luz solar que vagamente recuerdan con cariño de cuando en cuando. Cayeron presas del agotamiento mental, consumieron su idealismo e idearon la cadena de consumo, se dejaron capturar por la niebla de una madurez que radica en catalogar todo de imposible y no arriesgar jamás. El credo de la madurez: Si eres menor de 25 años y no eres un idealista, es que no tienes corazón; si pasas de los 40 y aún lo siegues siendo, lo que no tienes es cerebro.

Yo siempre viví aterrado ante la visión de ese día en el que la desesperación me tomaría de la mano y me volvería a encauzar dentro del camino de baldosas amarillas. Me sedaría la edad para venderme, luego, la felicidad embotellada a cambio de mi ser. Temía crecer y perder el clamor adolescente, no deseaba entregarme a mis ídolos para verlos derrumbarse de nuevo. ¿Cuál sería el pedestal que con su caída arrastrara también mi juventud? Quería convertirme en Peter Pan y mantener la visión clara y la ingenuidad intacta, lo suficiente como para seguir luchando amparada por la esperanza concienzuda de la sangre que bulle en la adolescencia.

No hay remedio posible. Parece ser que solo existen dos posibilidades a este mal que aqueja a la humanidad desde tiempos inmemoriales: o creces y te integras en el frenético y vacuo mundo de los adultos, olvidando todo tu poder mas madurando en experiencia y ahorrándote el sufrimiento del abogado del diablo; o bien te mantienes en El País de las Maravillas para siempre, escoges la vida solitaria y tortuosa del pirata y conservas todo tu fulgor intacto de estrella a punto de explotar, adolescente eterno en un cuerpo surcado de arrugas y cabellos canos.

Nadie tenía la solución salvo tú: la mezcla imposible, la madurez ingénua, el infantilismo erótico, la Revolución desarmada. Apareciste, como lo hacen las mejores cosas en la vida, por casualidad predestinada. Me arrastraste hacia tu irrealidad gravitatoria, enredándome en tus vocálicas y armónicas consonantes, hablaste: "No hay batalla perdida, salvo aquella que jamás se libra. No hay empeño más válido y lógico que aquél que obedece a la sinrazón del corazón. No luches por ellos, lucha por tí y regala cada victoria al conjunto de seres humanos. De este modo, cuando caigas, será más sencillo que levantar a toda la humanidad, levantarte tan sólo a tí mismo; no habrá rencor ni odio hacia el mundo, nada que te haga perder la fuerza. Cree en ellos, apóyate en todos aquellos que te inspiran, cree en tí. Sé un ser humano con ojos de niño mas con boca de hombre. Nunca dejes de volar pero nunca apartes tu vista de la tierra y permanecerás siempre dorado. Mas una cosa he de advertirte, cuando crees ciegamente en alguien existe la posibilidad casi certera de que la imagen que fabriques no coincida con la imagen que ofrece realmente (caerás en la ingenuidad peligrosa) y te sentirás defraudado; es por ello que te ruego que no esperes a que el ídolo caiga por sí mismo, no te sientes a ver cómo se marchita agonizando en su lecho de muerte, no observes pasivo y melancólico la corrupción de la divinidad terrenal. No asistas al funeral, no les dejes caer. Asesina a tus ídolos, mátalos cuando aún son jóvenes y fuertes, crucifícalos cuando aún se mantienen hermosos y resplandecientes, porque esa es la única manera de hacerlos vivir para siempre"

Y en un úlimo susurro concluiste: "Aléjate de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los niños"

Tú, tú eres la única cura posible a mi tan temida misantropía escarmentada.
Eran consejos de viento grabados en piedra, advertencias cantadas como poemas en tu risa de arrullo de mar. Me enseñaste a amar a las rosas a pesar de sus espinas, calibrando equilibradamente la sal que hacía arder mis ojos con los bálsamos de camomila que esclarecían mi visión, me hiciste fuerte sin dejar que me escondiese tras una armadura de metal demencial. Cuentos que hablaban de matanzas y visiones, melodías que lloraban sangre y escribían Historia, besos que cerraban heridas y abrían la mente; removiendo mis entrañas entre el aroma de la esencia de tu genialidad.

Estoy construyendo tu cruz, dame tiempo, no te diluyas aún... te voy a asesinar.





Female.

domingo, 6 de junio de 2010

Despeinada.

Corre, huye, bésame, quiero más... ¿Se puede saber qué diablos nos pasa? ¿Qué diantres ocurre con nosotros dos? ¿Quién juega con quién? ¿Por qué siento que voy ganando cuando en realidad todo apunta a que pierdo? Creo que te estoy volviendo loco y sé que te gusta.

Anoche llegué a casa en modo automático, mi subconsciente aún conserva vestigios de lo que debió ser el instinto primario de supervivencia. Mis pies se dirigían hacia la escena de un crimen aún por cometer mientras el resto de mi cuerpo era acariciado por los látigos de tus palabras. Mi piel estaba helada mientras mi interior ardía, mis pecados tatuados por tu lengua se escurrían bajo mi falda adentrándose más y más en mi interior con cada paso. Caminando como en trance, siendo deliciosamente violada por mi mente en medio de las calles semivacias, desnuda bajo mi ropa. Éxtasis frenético de alcohol en sangre, de mi naturaleza sucia a la perfección sórdida en una copa de más. Abrir los ojos en un apenas audible gemido, explosionando en mi interior, y encontrarme en la cama. Mi disfraz yaciendo muerto de placer en el suelo. Las sábanas se enredan a mi pecho, ciñendose a mi figura como una segunda piel, la tuya. Una serpiente en medio del asfalto, empapada de alquitrán, arrastrando sus escamas, anudándose a tus pies hasta cortar la circulación. Como Lucy, en el cielo y refulgiendo perlada de tus diamantes. Te encontré en el humo de la habitación, me relamí a cámara lenta, saborée mi boca. Naufragué en tus fluidos. Embalsamada con tu lengua hasta desgastar mis huesos. Una muerte diminuta y toneladas de arena. Y ni siquiera estabas allí. Me expiaré en tu tortura.

La próxima vez, acompáñame a jugar.

Revelaciones rojas: Quiero hacer cosas realmente malas contigo.

Despeinada.

jueves, 27 de mayo de 2010

Labios pintados, sábanas sucias.

Me siento volatil, lívida y ligera como un suspiro. El aire ha edificado una delicada pasarela para que mis pies no tengan que rozar el suelo. No sé si es una bendición o un castigo pero mi naturaleza me impide echar raices y anclarme a la tierra. Estoy condenada a errar por siempre jamás. Me desvanezco, la petit mort. Soy la mujer de humo, la mujer viento, la mujer de agua, la mujer fuego.

Lo único que quiero ahora mismo es yacer sobre tu cama desnuda y extasiada. Sentir los gemidos escaparse de mis labios humedecidos, como siempre, entreabiertos. Notar tus manos arañándome, tiñendo de carmesí mi piel de nieve. Fundir mi pintalabios con tu cuerpo, corrido en mi boca. Muérdeme hasta que se corte mi respiración. Lléname de heridas y cardenales, lámelos. Mi ropa desperdigada aleatoriamente por tu santuario. Ya no hay cines, baños o estaciones de tren. Tú friccionas y yo me fusiono. Me muerdo los labios para contener mis gritos. No quiero. Mis uñas rojas pierden el color en tu carne. Gimo. Muerdo. Tiemblo. Araño. Grito. Pierdo el sentido. Sexo. Me miras y te miro. Mis labios, mis labios, mis labios...

Necesito volver a sentir tu placer. Hacerte perder la cabeza, la dignidad y la razón. Obligarte al orgasmo. Encadenarte a mi cuerpo. Morir calcinada en tus brazos. Jugar contigo.

Dices que las mujeres son más hermosas desnudas mientras me subes el tirante del vestido.

Deja que te susurre al oido: quiero sexo.

Vuelvo a sentirme una puta.

lunes, 3 de mayo de 2010

Alice without chains.

No hace mucho tiempo, pero sí muchos instantes, en un reino tan lejano que podría esconderse en el bolsillo trasero de mis vaqueros, gobernaba una dictadora tiránica y tan deliciosamente encantadora que no necesitaba de la fuerza bruta o el terror para imponerse sobre sus súbditos. Dominaba sus tierras valiéndose únicamente de sus hechizantes artimañas, tenía el don de agradar a todo aquel que la trataba y su archiconocida belleza era adorada a lo largo y ancho de sus tierras. No era, sin embargo, la clase de persona manipuladora e inteligente que plenamente consciente de sus actos se sirve de sus armas para obtener de los insignificantes humanos lo que le place a cada momento, ella sencillamente considerábase digna de elogios y los fomentaba con placer. Su embrujo bañado de cortesía, sonrisas y gracia natural convertía a los hombres en cachorros a su disposición y despertaba la admiración absoluta de las mujeres, haciéndoles olvidar su voluntad y transformándolos en marionetas anhelantes de complacerla. Ella era, sin duda, la absoluta dueña y señora, nadie podía escapar de su conjuro y sus remordimientos eran aplacados por nuestras tiernas palabras de cariño y comprensión.
Yo misma sucumbí como una mortal más ante su hipócrita magnificencia, fuí su ferviente esclava e hice de ella el núcleo capital de mi existencia (que en su ausencia se tornaba vacía e insignificante) El mero hecho de estar en su vida me hacía sentir importante, sus gracias y su compañía me deleitaban y todo lo que podía ofrecerle de mí me resultaba indigno de su persona, agradecía cada segundo de pensamientos que me dedicaba.
En aquellos tiempos en los que yo era una marioneta más bailando al son de sus palabras, había un hombre lo suficientemente gris e inteligente como para resistir su canto de sirena. Él y yo discutíamos a menudo, yo amaba a mi reina y la defendía con ahínco y él trataba de hacerme ver como en realidad no era más que una muchacha mediocre y vulgar, mas nunca conseguíamos llegar a ninguna resolución. Yo estaba cegada por su encantamiento y el valiente paladín era incapaz de hacerme despertar del sueño ilusorio.
Y así, desde su trono ella ordenaba entre educadas peticiones y todos poníamos nuestro ser a su disposición. Mas el tiempo pasó e incluso el misántropo héroe cayó presa de sus mágicos juegos, incapaz de resistirse vió como todo el odio que sentía hacia la malévolamente cautivadora dictadora se transformaba en el amor más dulce y servil que jamás hubiese experimentado. Curiosamente, cuando nuestro derrocado y enamorado muchacho aceptó gustoso su papel en el teatro de guiñoles, una servidora despertó de su letargo. No fueron necesarios un beso de amor ni una estocada en la espalda para despertarme, sencillamente la luz iluminó las tinieblas rosáceas y abandoné el hechizo. Cuando mis ojos se posaron en la reina, ya liberada del encanto, la nitidez me golpeó y observé con claridad como se desmoranaban las capas de telas y gasas, los ornamentos de oro y brillantes, los maquillajes y adornos, y súbitamente aparecía una adolescente corriente, insustancial y aburrida como cualquier otra, sin nada más que ofrecer que mediocridad. Ahora era libre, volvía a ser dueña de mi voluntad y mi visión era clara de nuevo. Había conseguido la fortaleza y determinación suficientes como para romper el embrujo y conseguir zafarme de mi condición de sumisa y devota esclava. Libre pero sola, pues todos los demás seguían encadenados a sus miradas de caramelo y su naturalidad adorable. Observé a mi alrededor y algo se rompió en mi pecho, no eran más que corderos en una cinta transportadora de camino al matadero. Ciegos y aturdidos, felices en su ignorancia, muñecos de trapo cumpliendo los mandatos de su diosa. Lloré por ellos, la rabia me consumía, la crueldad y el despotismo, la falsedad y la hipocresía de la reina me hacían vomitar. Pensé en él, el paladín de brillante armadura y alma de ángel, era el peor de todos, sumo sacerdote de aquella vieja y repugnante religión. Quise liberarles, emprender la cruzada por mi misma y derrocar el mandato totalitario de la sirena de cartón-piedra. Odiaba todo el tiempo que había perdido postrada ante ella, detestaba las horas que había desperdiciado comportándome a sus gustos y exigencias dejándome a mí misma y mis deseos de lado. Temía por todos ellos y traté de romper sus cadenas. Me golpée contra un muro hasta perder la consciencia, me capturaron y me convertí en una exiliada política, nadie me creyó, todos la amaban y perdí estrepitosamente la batalla. También a él le perdí. Y aquello fue más de lo que pude soportar, me rendí, firmé el armisticio y me dediqué a guardar silencio observando con melancolía y repulsión sus actos. Me condené a convivir con ello, pasiva e indiferente, ellos adoraban su esclavitud. Ingratos títeres, ya no les debía nada. Mi corazón se arrugaba hasta quedar reducido a escombros cada vez que la reina acaricaba la cabeza del que un buen día creó la Resistencia y este le respondía con agradecidos lametones, obnubilado. Él renunció a mí para siempre, pues ella era ahora lo único que le hacía feliz. Cada patada que recibía de su dueña era para él una caricia desafortunada y yo pintaba mis sonrisas camuflando las asqueadas facciones que pugnaban por salir.
No le guardo rencor a la reina, pues supongo que cualquiera en su lugar gozaría de su capacidad para ser amada por todos los seres vivientes. Supongo que yo si pudiera no lo desaprovecharía. Tampoco la envidio, pues realmente he descubierto que no tiene nada que ofrecer aparte de su apariencia. Aunque todos me adorasen, jamás compensaría la vacuidad y simpleza que poseería. Lo único que lamento es no ser capaz de tragarme mi orgullo y fingir que nada me importa, porque de ese modo, sería capaz de conservar a mi lado al ahora desconocido angel justiciero. Le echo de menos pero no seré yo quien vuelva a tratar de despertarle, él asegura ser feliz en este encantamiento.
La Resistencia es lo único que me queda, sola y triste, pero radiantemente libre.
Ahora que nadie me cuenta cuentos antes de ir a dormir, los escribo.

Una vez me hablaron de pozos y relaciones, mi historia está cargada de barro.

Érase una vez que se era... un largo paréntesis y una coma.




Female.

lunes, 26 de abril de 2010

Ustedes y Nosotros.

Para todos ustedes desde Cuba:

Una clásica noche de Agosto en los campos a las afueras de La Habana. El calor húmedo y grasiento recubre nuestras sucias pieles perlándolas de una pegajosa capa de sudor. Nuestras ropas harapientas están hinchadas como esponjas a causa de la humedad, la mugre y un cóctel de fluidos corporales sin identificar. El ambiente tan denso como la niebla se mezcla con el olor cálido y dulzón de los habanos. Algunas muchachas yacen tumbadas despreocupadamente sobre las apolilladas tablas de madera del porche, con las blusas mal abotonadas y las faldas echas un torbellino a la altura de sus muslos, buscando el frescor de las corrientes de aire que se filtran entre las rendijas y los agujeros de termita. De vez en cuando rompen su cándida impasividad para apartarse un empapado mechón de sus acalorados cuellos o escrutar la escena con gestos lentos y sensuales (¡ah! Ya saben ustedes de las mujeres cubanas, ¡cómo las envidaba yo antes!) La mayoría de los jovenes se agolpan en torno a una mesa vieja y destartalada dónde reposan varias botellas de ron y sendos vasos de cristal grueso, ennegrecidos a causa del constante exhalar de humo de la muchachada, jugando plácidamente una partida de cartas, con sus amplias camisas abiertas colgando de sus hombros y los pantalones remangados hasta las rodillas. El Viejo se mece al compás de las leves notas que araña casi sin querer de una antigua guitarra, una melodía dulce y refrescante como la brisa del mar que ya comienza a hacer sus estragos en las niñas más animosas que se disponen a dejar de lado la automaticidad de su cuadro de ángeles durmientes para arremolinarse frente a la mecedora del anciano en busca de su música de viento salado. El Viejo, ese es su nombre. Su piel es del color de las hojas secas de tabaco y su cabello cano reluce perfectamente engominado hacia atrás bajo un desfasado sombrero cubano que sólo puede sentar de esa forma en una cabeza tan nativa como la suya. Tiene los ojos como el barro de los lodazales, siempre húmedos y oscuros como el chocolate amargo, los labios carnosos y la piel apergaminada y brillante, llena de manchas y pecas propias de su avanzada edad. Es un hombre afable, apenas la sombra del conquistador descarado y apuesto que estoy segura fue años atrás, rebosa sabiduría y calma desde el tope de su sombrero hasta la suela de sus zapatos gastados de bailarín. Su aliento es el son de la misma Cuba, un hijo de la Revolución que ya sólo rezuma paz, un desafío a la historia y al tiempo que sigue adornando, día tras día, de flores de jazmín el ojal de su chaqueta.
Escribiéndoles esta carta me he puesto melancólica y se me han venido a la cabeza brumosos souvenires del día en que llegué a la casa y me han entrado, de repente, incotenibles ganas de narrárselo: cuando aterricé por primera vez ante esta hermosa casa colonial, con mis sueños adolescentes de española del norte y mis ideas preconcebidas y prejuiciosas sobre la achacosa y rebelde Cuba, el Viejo me estrechó con ternura entre sus brazos aún fornidos y me dio una calurosa bienvenida con su cálida voz como las brasas de una hoguera que llega a su fin. Extrañé su forma de proceder, tan familiar y tierna ante una desconocida. Sin embargo, en aquel momento, fue la primera vez que me sentí realmente en casa. Me recuerdo ante el primer escalón del porche, con un par de maletas en las manos y vestida a la europea, abrumada por la incertidumbre y la ilusión de verme por fín libre y en la tierra que manaba leche y miel. Yo tenía dieciocho años recién cumplidos, emigrante asturiana, había huído de mi casa y mi futuro de brillante esclava en busca de algo que desconocía. Pensaba en Cuba y los labios se me curvaban en una sonrisa, veía sus gentes vivarachas y entrañables, olía el aire de las flores silvestres y el café, la luz anaranjada de los candiles y el sabor del ron, la guayaba y la sal me sobrecogían. Tomé la irresponsable decisión de embarcarme únicamente con el bachillerato y un certificado en inglés y francés, ningún otro salvavidas. Dije adios a todo lo que había considerado mi casa y encontré mi hogar. A mi llegada trabajé bailando, cantando y sirviendo en una taberna de la Vieja Habana, hasta que fuí empleada aquí, en mi casa. Oí el anuncio, me examiné, aprobé y recibí mi trabajo, nada más sencillo. Como ya saben ustedes ahora me dedico a ayudar a la familia en las tediosas y arduas labores del campo (para las cuales tengo nulas dotes) y a mantener en pie nuestra modesta madriguera como buenamente puedo, pero mi verdadero cometido es el de impartir nociones mínimas de conocimiento en la improvisada escuela a los chiquillos empleados en los campos de cultivo.
No echo de menos España, aunque a veces les extrañe mucho a todos ustedes es sencillamente porque desearía con todo mi corazón que compartieran mi felicidad. Levantarme cada mañana con el Sol ardiente iluminando el verde intenso de las hojas, descubrir los secretos coquetos de la sexualidad de las mujeres cubanas, llegar a la escuela y enseñar a base de cuentos y miradas, recitar poesías y correr por la playa, combatir la miseria entonando habaneras y prendiendo lirios en los cabellos y cobijarme cada noche, como hoy, en los brazos melosos y fuertes de los chicos mientras leen por encima de mis hombros desnudos las líneas que rasgueo sobre mi cuaderno. Tuve que marchar sola para dejar de lado la soledad, pues es aquí, a kilómetros del lugar de mi nacimiento donde está mi hogar.
No, amigos míos, Cuba no es ni más ni menos el paraíso. Viven con nada y mueren con menos aún. Sufren la ruina y el peso de la historia como pocos y conocen de buena mano el significado de la palabra represión; mas, queridos, nunca me he sentido tan libre, tan plena y tan feliz. Ojalá que ustedes pudieran comprender como ellos lo hacen, deseo con todas mis fuerzas que puedan ver la vida a través de sus ojos verdes y ambarinos. Pues, solo en ese momento, mis adorados compañeros de allá dónde la riqueza se mide en oro, podremos ser como los pájaros que toman lo mejor del Norte y lo mejor del Sur.

Ya me despido con toda la ternura de mi corazón, pues los muchachos me reclaman para los bailes y las historietas (el incansable Aleix lleva ya un buen rato entorpeciéndome la escritura con cosquillas y rogándome con su delicioso acento que nos unamos a la fiesta)

Sepan pues que estoy plenamente bien y que no tienen nada de lo que preocuparse.


Que sean muy felices, les quiero.


Con todo el cariño de ambos mundos:


Ada (es así como El Viejo y los muchachos me llaman, ya les contaré la historia en otra ocasión)


PD: les envío adjunto en el paquete fotografías y regalos que los muchachos me dieron para ustedes.


Esta fue mi carta: para todos ustedes de todos nosotros.

sábado, 24 de abril de 2010

Moscas y mosquitos.

A veces se me llena la boca de dardos envenenados que me oprimen el pecho hasta fracturar mis costillas, desbordan por mis labios y salen disparados hacia su objetivo clavándose entre las fisuras del muro. Mi ametralladora sarcástica y verídica tiene el seguro estropeado, las palabras tienen voluntad propia, digan lo que digan, y cansadas de estar secuestradas en un zulo al fondo de mi conciencia necesitan impregnar con su amargor cetrino el aire denso y blanco que se ha abierto camino, casi sin querer, entre nosotros. Y después de Chernobyl, aún quedan residuos radiactivos que se filtran a través de los poros de nuestra piel y van a desembocar al torrente sanguíneo como ríos de lava desintegrando el paisaje a su paso. No contenta con arrasar campos y cosechas montada en mi caballo, rocío con sal la tierra yerma.
Mirando los residuos inhóspitos de lo que un buen día fue hermoso, lloro. En lo alto, contemplando el desamparado páramo, me avergüenzo.
Necesito pedirte perdón, transformar mi genocidio particular en una guerra, Hiroshima es demasiado ruín, aunque más rapido; pues las viejas reglas del honor aseguran que decapitar uno a uno a tus rivales espada en mano, sintiendo sus fluidos en tu propia piel, es terriblemente más digno y meritorio que lanzar la hecatombre aérea a tres mil pies de altura, el humo palia la visión de la muerte. No me arrepiento de ninguna sílaba, ellas se arrepienten de mí. No quise destrozarte, solo deshilachar las costuras para que pudieras volverte a recomponer. Lamento la rabia y la adolescente humanidad, aborrezco mi verborrea de bilis, mi vómito inconstante de sentimientos putrefactos y cargados de moho, detesto esta situación de impotencia y lástima que me abruma y me esclaviza. No, no se trata de ganar o perder en esta batalla, se trata de rendirse. Tratando de escribir que te quiero (y tu melancolía es mi cicuta) no justificaré mis actos.

Estoy sentada, justo en el centro de un inestimable campo de minas, aterrada. Quiero avanzar, huir, alejarme y decirte adios, pero el terror me paraliza. Ocultas bajo la hojarasca están las damiselas esperando el más leve roce de mi cuerpo para detonar. Si lloviera tendría clara mi decisión, correría a través de la arena y las vallas, explosionando en millones de cenizas y me entregaría al infinito en un único grito, un golpe de batería; sin embargo, hace Sol y sólo deseo permanecer sentada, realmente no sé si me apetece que alguien venga a buscarme. Hace viento y me gusta el paisaje Apocalíptico que me engulle, como un mordisco lo bastante superficial como para no rasgarte la piel mas lo suficientemente fuerte como para destrozarte los tendones.
El tiempo hará cicatrizar la herida, lástima que no exista.

Siempre la misma maldita pieza discordante del puzzle echando por tierra todos mis esquemas, acepto el caos y él me quiere.

Supongo que anoche comprendí de dónde provenía la niña caprichosa que se sienta sobre mi hombro, ya sé lo que estoy buscando: necesito un hermano mayor, un amigo que deje la ventana de su habitación abierta por las noches, trepar por las ramas de un árbol y deslizarme entre las sabanas, abrazarle y pedirle que me cuente un cuento mientras me sonríe y que sólo me importe su cálida luz color ámbar.
Ojalá esa niña hubiese seguido jugando al escondite conmigo, deseos de cosas imposibles.

El zumbido reconfortante de los altavoces deja paso a una nueva canción, carboncillo y tizas, un día nuevo... Y se me acaba de ocurrir una nueva pregunta: ¿a dónde diablos se ha fugado mi mente?


Female

lunes, 12 de abril de 2010

La solución final.

Aletargado y acostumbrado,
hastío remunerado,
calmantes de filantropía,
sedado.

Pseudofelicidad para toda la familia,
histeria colectiva,
esperanza suicida,
reserven sus plazas en el panteón de marfil.

Ecofusiles,
cianuro bajo en calorías,
píntame de plomo y saborea mi piel,
el márketing de la muerte.

Agonías de gritos censurados,
aullidos ahogados que tienen sed,
grises de metal, lluvia y neutrones,
rojos de mentiras, rabia y pasión.

Maquíllame la decepción
a golpe de puños en alto,
reivindica con un beso
el derecho a querernos.
Creo que me he enamorado de tí.

Dispárame con tu metralla,
mi cuerpo es una valla
rebosando electricidad,
alto voltaje.

Desármame,
ahora puedes atacar.
Desafíame,
nací para luchar.

Dos locos solitarios
chocando por error
en un juego sin final.

Ausencia nanoimportante,
bienestar social,
con camisas de fuerza
no se puede abrazar.

Destrúyeme antes de que lleguen,
oigo pasos avanzar,
cuando nos demos la vuelta,
beberán de nuestra yugular.

Tómate la píldora,
huida hacia ningún lugar.
Muerde la cápsula,
nunca nos atraparán.

Romper las cadenas,
fluir en libertad,
canciones en el viento
que jamás podrán acallar.



Abre los ojos, te reto a soñar.




Female.

jueves, 8 de abril de 2010

Quemaduras de hielo.

Acerca los labios a un bloque de hielo y te quedarás pegado: la saliva de tu lengua se cristalizará inmediatamente al entrar en contacto con el frío, adheriendo irremediablemente cada una de las moléculas del pegajoso líquido bucal a la superficie congelada, contra tu voluntad. Una vez capturado en esta escarchada tela de araña, tienes dos opciones para conseguir de nuevo la libertad de la sin hueso: puedes aplicar el suficiente calor como para conseguir derretir el hielo, convirtiéndolo en fresca agua que fluirá sin oponer resistencias; O, por otro lado, tienes la opción de tratar de alejarte por la fuerza y arrancar de cuajo las capas superficiales de tu lengua, provocando la pérdida de gran cantidad de tus papilas gustativas y obteniendo un terriblemente dolorido y despellejado apéndice en el que aún quedarán vestigios de cristales de agua sólida.

Hermoso, brillante y transparente como un refulgente diamante, puro y delicado en apariencia, imponente y distante: el hielo.

A veces (con frecuencia) olvidamos que el hielo quema y sus quemaduras son mucho más peligrosas y persistentes que las que el alegre, vivaz y temido fuego puede ocasionar.


Nos resignamos a jugar con fuego porque sabemos que con el hielo no se puede jugar, solo perder.


Female.

miércoles, 31 de marzo de 2010

La belle dame sans merci.

Y desapareció ... como una nube de humo, como un levísimo suspiro que se escapa entre los labios.
Se fue con el viento y se llevó todos sus cuentos con ella, secuestró los recuerdos y las incogruencias y en su hatillo guardó las sonrisas y las bocas entreabiertas. LLenó su maleta de miradas y lágrimas destiladas aderezadas de inocencia y esperanza. Calzó sus pies desnudos y caminó entre la niebla, adentrándose más y más en busca de letras con las que escribir su historia. En su cabello llevaba prendidas tres estrellas y su traje de pasiones era lo único que cubría su cuerpo. Bebió de un trago el crisol de canciones y destapó la lata con todos los rostros aún por conocer, trazó en un mapa de barro los senderos vírgenes y tomando una inmensa bocanada de besos comenzó a disolverse en el aire. Decidió que, al menos por esta vez, no debía decir Adios. No confió en el tiempo ni en el espacio, ni escribió promesas de algodón. Tomó la decisión de no fijarse metas y dejarse llevar y, bajo la complicidad de la Luna, se marchó.


No se despidió de nadie, pero cuando el Sol amaneció tras las cortinas, ella ya no estaba allí.


Jamás se supo a dónde se había marchado, quizás nadie extrañó su ausencia. Probablemente nunca la buscaron pero dejó tras de sí un imperceptible vacío, como una estela de vibrantes ondas en la superficie del agua, con sabor a vodka de botella de plástico y pétalos de flor.


Sí, ella desapareció... al reino de dónde nadie regresa jamás. Pero, ¿quién sabe? Ella nunca fue una chica convencional.






Female

lunes, 15 de marzo de 2010

Fille du vent et du soleil.

Hija del viento y del sol. Cimbreantes las caderas que son costas lamidas por las olas del mar, se retuerce en su baile como las llamas en la hoguera alrededor de la cual está danzando. Ninfa en la frontera entre la niñez y la edad adulta, caminando sobre la línea en armonioso y vivaz zig-zag. El cabello negro y despeinado por la brisa estival como un velo de sicalipsis cayendo sobre sus hombros tan maquiavélica como aleatoriamente. Muchacha de falda descarada que se mueve discordante al ritmo del golpeteo de sus talones descalzos en la blanca arena de la playa. Gira y gira con la elegancia sensual de las panteras mas con la sonrisa inocente de una criatura que sencillamente juega. Todos los hombres de la isla se sientan alrededor del fuego a contemplar el insolente y pecaminoso movimiento de su pecho bajo el corpiño y ven nacer, con la fricción de sus muslos, todos sus infiernos. Aroma de canela y pimienta, con una flor prendida en el cabello, asesina la existencia. Como moscas a la miel y hombres a la carne, se deleitan los jóvenes acompañando con sus palmas el espectáculo carnal, bajo la luz de una luna que parece palidecer de puro celo. Brillan pícaros y oscuros sus ojos, embrujo y trampa para ratones que en ellos quedan por siempre encadenados. Labios rojos, color de la sangre de un corazón herido y pasional como sus propios movimientos, incitantes e indecentes proposiciones. Los muchachos embelesados se dejan seducir por sus caricias de aire. Ella les rie, les trae y les lleva, les baila el agua como Selene a Poseidón. Se deja rozar y se retira sin premeditación pero con natural alevosía, dejando sus pieles ardientes y desesperadas de su roce de frío cristal. El deseo insaciable dibuja en las mentes de todos ellos fantasías infinitas impregnadas de lujuria animal. Ella sigue girando velozmente y sus pies parecen flotar una cuarta por encima del suelo. La música llega al culmen y el pecado al éxtasis, ella hace el amor con la mirada.
Las últimas notas abandonan la guitarra española, al tiempo que su boca susurra lentamente "bé-sa-me" y sus manos recorren la sinuosa silueta de su figura adolescente.
Todos caen fulminados ante su encanto y aplauden poseídos por su hechizo de sirena.
La joven ha fijado su objetivo que la miraba en silencio desde la oscuridad, es él. El lobo que olvidó comérsela aquella noche en el bosque. Cae al suelo y gatea felina hacia uno de los chicos de la primera fila, melosa le susurra la canción prohibida al oído y juguetea con sus manos de mujer fatal sobre el sudoroso y afortunado muchacho, mantiene sus ojos clavados en el lobo que comienza a enseñar los dientes reclamando lo que un día pudo ser suyo.

El lobo que no puede comerse a la oveja, la niña ha decido invertir los papeles. Al menos se camuflará con una espesa pelliza de cordero y solo él será capaz de advertir el brillo de sus dientes lobunos, dueños de mordiscos dignos de un paraíso cuyos cielos están teñidos del color de la llamas del inframundo.

Bebiste de otras fuentes hasta saciar tu sed y ahora solo quieres arañarte la garganta con sus besos de arena. Imántados y magnéticos, polos opuestos, atracción fatal. El orgullo vendó tus ojos verdes como la envidia de su tacto que era solo para tí, despréciala una vez pero nunca dos. La sentiste tuya y el interés desapareció, pero tu posesión no fue más que una ilusión mental de tu arrogante condición de hombre y al sentirla libre y apátrida como las estrellas fugaces, la anhelas más que nunca.

¿Pensabas que sería tan fácil? Te hizo caer una vez, si ella quisiera... ¿qué te hace pensar que serás capaz de evitar la caída final?




La única forma de vencer a la tentación es caer en ella... ELLA.




Female.

domingo, 14 de marzo de 2010

¿What should I do?

No soy lo suficientemente valiente como para ser odiada. Por eso me miento. Admito mi cobardía y mi culpabilidad, preparada para todo juicio. Querría ser una chica de armas tomar, una mujer fatal, una Mata-Hari llena de descaro y malas intenciones, capaz de escudarme en la hipocresía de una sociedad enferma para poder hacer lo que el cuerpo me pidiera. De hecho lo fui, lo soy y lo seré pero, por alguna extraña razón, todo es distinto contigo. Necesito el sufrimiento, el cultivo de algún dolor, para creer que me merezco lo que tomo de los otros, para darle sentido a mi propia auto-compasión. Contradicciones que buscan la felicidad en la parte más honda del lago. Llámenlo platonismo, tristes ideales, amor o gilipollez adolescente, lo que ustedes gusten. Puede que sea cierta la absurda idea de que todos terminamos por acostumbrarnos a nuestras cadenas hasta el punto de llegar a necesitarlas conteniendo nuestros instintos más primarios. Soy consciente de mi confinamiento (a)moral. Un amigo suele decir que la moral son normas básicas de comportamiento personal, el protocolo de nuestra existencia, declaraciones de principios que en caso de ser infringidos nos condenan a un desasosiego personal insalvable. Conozco otro hombre cuya declaración de principios ha sido beatificada por el colectivo de aprendices sin maestro, ir en contra de la corriente es también una forma de dejarse arrastrar por ella, ahora es apático y gris por convencimiento además de por vocación. A mí me sigue gustando releer el libro y suicidarme ante el descubrimiento de mi propia y anunciada mediocridad. Puede que siga siendo una romántica después de todo... Me levanto y les planteo millones de preguntas a mis amantes platónicos muertos, ninguno se molesta en contestarme así que decido serles terriblemente infiel y me embarco en la búsqueda de respuestas por mi cuenta. Abrazo con todos mis anhelos de aventuras un poemario anónimo e introduzco en un buscador de internet los títulos de todas mis concubinas de media noche, busco música. Sólo encuentro silencio, las voces del silencio cargadas de gritos ahogados a la altura de la tráquea, tan profundo que sólo a mí me resulta incómodo. Una quietud que no entiende de abstracción, tan material y física que puedo sentirla cerniéndose sobre mí como un manto de plomo. Aunque nos cueste, supongo que todos terminamos por asumir nuestros respectivos mutismos. Siempre he entendido el romanticismo como algo siniestro y hermoso, convencionalmente extraña, nosotros y nuestras jaulas acolchadas. En ausencia de música y respuestas, escribo en primera persona para nadie. El muro me ayudaba a dormir mejor, lo que no implica acostarme más temprano. La caída final llegó cuando mis dedos teclearon el primer "yo" en esta historia incompleta. Podría publicar tantas declaraciones de principios como jaquecas me aquejan a lo largo del día, pero no serían más que páginas en blanco.
Supongo que sigo siendo una simple muñeca. Hoy me siento la querida de todos sin serlo realmente de nadie. Soy de mentira, como tú, tengo que alejarme de tu fuego o terminaré convertida en plástico derretido, sería mejor que enmohecer en la repisa mientras te contemplo desvestir y jugar con nuevas adquisiciones. Nunca fuí una experta en aquello de preparar la escena del crimen, reclutada casi por sorpresa por las fuerzas de Venus para misiones que nunca estuvieron a mi alcance. Me vistieron de rojo, me dieron las armas y me forzaron a caminar por la linea sobre zapatos de tacón, como enseñar un pedazo de pastel a un muerto de hambre. Me encanta decir que solo soy feliz cuando llueve mientras exhalo el humo a la francesa y te miro con muecas seductoras como si mi corazón no se hubiera desangrado. Sabes que me vuelve loca hacerte creer que soy la fatídica y mortífera Lolita, hija de la inocencia y criada en la tierra prometida del pecado, maquillando mis decepciones con cicuta y citas de poetas bohemios.
Dejando pasar nuestras tardes de domingo como Mary y Byron a la lumbre del fuego, dibujando nuestros monstruos, discutiendo sobre la levedad del ser y la incertidumbre de la serendipia, dramas novechentistas que jamás llegaremos a comprender, mas como excelentes actores que somos, los interpretaremos con la exquisitez del más elitista teatro ambulante. Caminar por la ciudad como si toda ella fuera un enorme escenario mientras te busco, yo te daré el guión y la obra cobrará vida. Una mañana más me disfrazo de dulzura y me trago la melancolía aderezada con ron y hierbabuena al ritmo de una habanera del siglo XXI. Estoy de luto. Me pienso tragicómica, absurda y hambrienta, descubriendo mi paraiso particular en cada mordisco no dado, en cada letra de tu nombre. Detesto la rigidez de los números, cuya insolente verdad no entiende de calamidad humana. ¿Quién dijo que cuatro y cuatro resultaran ocho? El mismo que alimentó mis esperanzas e ilusiones, haciéndolas crecer hasta alcanzar el tamaño de un enorme tumor en mi cerebro que me está consumiendo. Falacias incongruentes, casi tanto como yo. Quieren demostrarme algunas cosas, yo sólo quiero perderme en el bosque con mi caperuza escarlata y que el lobo devore las comisuras de mis labios, sin previo aviso.
Te abandonaste en su oscuridad y me dejaste olvidada en la buhardilla a la que solía subir descalza, clavándome las astillas de madera en las plantas de los pies, en busca de tesoros ocultos de un pasado mejor. Hablo de mi memoria.


Una vez más, en mi demencia particular, no sé si morder, gritar, huir o llorar...

Al menos he sobrevivido.

Medio desnuda sobre mi cama, brindo con un póster de Alex Delarge alzando un vaso de leche y sonrío sorprendida ante mi propia excentricidad.







Female.

martes, 9 de marzo de 2010

La paciente de la celda 3.

Día: Pastillas roja, azul y blanca ovalada. Visita a la sala verde al fondo del pasillo (dos veces) Creo que es Martes.

Hora: Gracias a los rayos de luz que se cuelan entre las rendijas y se reflejan en las paredes blancas de mi celda acolchada calculo que el día acaba de despuntar.

Aquí dentro el tiempo cobra una dimensión diferente, lo único que me marca una leve pauta de horarios son las comidas y los tratamientos. No recuerdo mi nombre, no sé cuánto tiempo llevo aquí, ni los años que tengo, los médicos aseguran que son efectos secundarios del tratamiento y que no tengo nada por lo que preocuparme (supongo que se equivocan o no estaría aquí)
A veces, tarde en la noche, recuerdo cosas de mi pasado, imágenes que desfilan ante mí más deprisa de lo que mi subconsciente es capaz de asimilar. Cuando me duermo sueño con ellas: unos ojos negros y profundos que se ciernen sobre mí, un lobo aullando en mitad de la noche, una muchacha con un vestido rojo, un reloj... Nunca consigo reconstruirlas en mi mente y estructurarlas de modo que adquieran algún sentido para mí, me siento una intrusa en los recuerdos de un ente completamente ajeno. De todos modos, cuando aún estoy desprendiéndome del sueño y despertando en mi realidad, ellos me llevan a la sala roja y cuándo estoy de nuevo en mi cuarto ya no consigo recordar nada. El médico dice que debo olvidar, esos recuerdos son la causa de mi enfermedad y es necesario que los hagan desaparecer de mi cabeza, sea como sea. Francamente no lo entiendo,no comprendo cual es ese horrendo transtorno del que hablan, yo nunca causo problemas. Los paranoicos se encierran en sus jaulas, escribiendo cosas extrañas en las paredes y renegando de cualquiera que trate de acercarse a ellos; la psicosis de la mujer de la habitación de la derecha la hace gritar, herirse y atacar a todos los que tratan de entrar en su cuarto; el chico de la habitación de arriba tiene que estar encadenado por los fuertes impulsos pirómanos y sádicos que padece... Y yo, yo sin embargo me limito a llorar algunas noches y escribir en una libreta de papel. Sin embargo, los médicos dicen que soy la más peligrosa, que es probable que jamás recupere la cordura y vuelva a ver la luz más allá de estos muros. ¿Qué terrible experiencia me ha sumido en el estadío de la locura? ¿Por qué diablos estoy aquí? ¿Quién eras tú? Ojalá pudiese recordarlo. Esta mañana les oí hablar, ellos creen que no escucho, pero lo hago. Hablaron del chico de la celda de la izquierda, la celda 2. Él es como yo, dicen que nuestros transtornos son complementarios. Por alguna extraña razón, que escapa a mi comprensión, temen que estemos tan cerca. Discutieron y les oí gritar, unos dicen que debemos vernos y otros consideran que deberíamos estar recluidos en centros a kilómetros de distancia. Pronunciaron su nombre, aunque lo he intentado no lo recuerdo, está tapiado bajo una densa cortina que no consigo descorrer. Me gustaría conocerle. Jamás dejarán que nadie entre en mi cuarto. Recuerdo un día en que la enfermera bonita de los ojos azules (la de las pastillas cuadradas y verdes) se sentó a hablar conmigo, me encontró tranquila y mejorada (o eso dijo), yo le pregunté la razón de mi obligada cuarentena y ella me respondió dulcemente que si me permitían que alguién se quedara conmigo en el cuarto me abalanzaría sobre él buscando "sus labios" (no puedo entender a quién se refería) y al no encontrarlos devolviendo mi beso, corría el peligro de estallar de agonía y desesperación y tardar semanas (y largas sesiones de terapia cerebral) en recuperarme. ¿Qué labios son esos? ¿A quién quiero besar? Empieza a dolerme la cabeza, quizás debería descansar un rato. En seguida vendrán a buscarme, tengo miedo, hoy me espera la sala blanca. La enfermera pelirroja y rechoncha no tardará en entrar, me dirá algo dulce, me atará a la camilla y recorreremos el pasillo hablando del bien que me hará la lobotomía, mientras trata de infundarme valor inútilmente con palabras de cariño (como cada mes).




He vuelto a despertar en esta habitación, no sé cuantos días han pasado desde la última vez, gracias a este cuaderno entiendo que se debe a los efectos de la lobotomía. Me siento vacía, cansada, mareada y confortablemente insensible. Sin embargo, estoy intraquila. Vaticino la tempestad tremendamente cerca, yo... creo que me acuerdo de la primera letra de su nombre.

Por favor, dime que no eres el paciente de la celda 2. Dime que no me recuerdas.


¿Alguien más ahí fuera se siente como yo?


Esta vez la dosis ha sido superior, mi mente está en blanco.

No consigo olvidar y esto me está enloqueciendo. ¿Me recuerdas tú?




Female.

domingo, 28 de febrero de 2010

Time.

Corres y corres para alcanzar el Sol, persiguiendo su ardiente magnificencia hacia el ocaso. Brillante estrella en el cielo, tus pasos devoran el asfalto, la hierba, la arena del camino. Una cacería de fantasmas, sabes que nunca podrás arañarlo pero tu empeño crece segundo a segundo, la razón no te detendrá. Tu corazón bombeando triplicando su capacidad, los jadeos permanentes en tus pulmones y lacerantes heridas en las plantas de los pies. Mantienes tu mente en la carrera, las líneas del mundo se desdibujan a tu alrededor y todo carece de importancia, tu flaqueza contenida tras un enorme muro de propósitos toma fuerzas de tu propia determinación enfermiza. Una única y obsesiva fijación: el Sol.
La refulgente esfera avanzando siempre por delante de tí, siempre. Aumentas la velocidad al borde del colpaso en un último y apoteósico esfuerzo, en vano. Tus músculos ceden, hebra por hebra, la sangre como ácido hace reventar todos tus vasos sanguíneos, uno por uno, el calor abrasador de la incalcanzable esfera derrite tu ser, poco a poco. Te has convertido en un magma acorporeo e incandescente, caes de rodillas al suelo, fulminado, extasiado y desfallecido. Alzas la vista en su busca, clamando compasión, el cielo está vacío. El Sol se está elevando por detrás de ti haciéndote encarar las tinieblas, riéndose socarronamente de tí.
Finalmente, lo único que te queda son esas terribles quemaduras en tu espalda.

Ya no te queda tiempo... se ha evaporado.




Female.

sábado, 27 de febrero de 2010

Circunloquio de habla no inglesa.

Recaer... insultante y exultante exhibición de mi ineludible rebeldía ante todas las prohibiciones autoinflingidas, fragmentado en dos vocablos aparentemente inexistentes. Dolorosamente en el silencio de una sala oscura dónde las sonrisas están vetadas, mi ego disminuye inversamente proporcional a mi vulnerabilidad. Casi tres horas en blanco y negro mientras mi ser yerto ve pasivamente crecer las enredaderas a su alrededor. La quietud de la sala desprecia la magnificencia de mi calamidad inquisidora. Enunciados que se elevan durante segundos como zeppelines deseosos de inicar la hecatombe de Hindenburg, teinta y cinco minutos y treinta y cinco muertos me separan de la Omega de la indolencia. Estimaciones aproximadas de conclusiones de un análisis Freudiano recorren mi sobreestimulado sistema parasimpatico haciendo y deshaciendo a su antojo la sinapsis neuronal. La efigie de la melancolía de mi percepción exibida en mi boca. Deshinibidas confesiones impronunciables de místicas alegorías adoptan el perfume de las mimosas de medianoche. Pérmiteme levantarme sobre mis despellejadas extremidades hacia la solución final. Mis rodillas sucias de desiertos cabalgados por los cuatro jinetes del Apocalipsis dejan sendos rastros de sangre fría durante los rutinarios rezos al ídolo muerto. Átame las muñecas con hilo conductor de cobre sin toma de tierra y penderé durante siglos sobre el barranco de la recámara. Arrástrame sobre la línea de la utopía trangresora de la gente cobarde hacia el brillo metálico de un sueño cuya fuerza peremne no entiende de eternidad. Promesas y fraudes psicosomáticos enferman la materia de mi existencia. El vino empapa de aguarrás mi paladar. Incomprensible quiebramentes cuidadosamente emboscado de trabalenguas, primo hermano de bohemios instantes malditos, se vaticina como único y exclusivo bálsamo redentor e inalcanzable. Siento sentir que deseo sentimientos ajenos. Ayúdame a olvidar la vacuidad de la usanza con un beso de fusión fría que embadurne de helio mi traje deuterificado. Herrar y nadar en abrazos mediterráneos de los mares del Norte mientras tomamos té a la luz de las luciérnagas y encubrimos nuestra sustantividad con poses aristocráticas. Un suspiro aletargado aterriza liviano en la cúspide de la pared sobre la que yace la pantera. Sin hacer ruido, lentamente, de forma cuasi inadvertida el muro se reduce a escombros. El mayestático porte del animal cae al vacio heliocoidal de la apatía húmeda. Los labios presionados sobre la límpida frente, sin respuesta. El veredicto de su señoría es inapelable: desertora y culpable. Huiré en pos de la Eleuteria, edificaré una jaula de plástico para todos los entes de juicio prejuicioso que amen el genio de la multitud y raptaré al viento. Carezco del hemisferio derecho, mi sistema límbico vive dentro de un huracán y alguien debe anestesiar mi hipocampo, aniquilarlo. No es solo eso, ineducación e inadaptación inadecuadas. Ponme una cinta blanca, roja, negra y gris, recordaré lo indispensable cuando despierte de mi virginidad.


Sé odiar pero en este infinito sólo hay una persona merecedora de mi odio.



Female.

jueves, 25 de febrero de 2010

Galletas, limonada y gnomos de jardín.

Marina es una chica llena de manías, entre ellas la más destacable es la curiosa constumbre que tiene de llevar siempre la ropa empapada. No es que Marina quiera vivir siempre constipada o que siempre tenga demasiada prisa como para esperar a que seque su ropa, nada de eso. Desde que era niña, Marina siempre soñó con encontrar el amor y ella sabía exactamente cómo tendría que ser ese encuentro: ambos debían de llevar la ropa empapada ( no es necesario aclarar que los planos de besos empapados siempre tienen un hermoso dramatismo cinematográfico) Ella quería que fuese como una captura en sepia que almacenar en su álbum de recuerdos,una foto mental que poder enseñarles a sus nietos cuando fuese una anciana, el fotograma de un clásico del Hollywood de oro. Como nadie puede saber dónde y cúando encontrará el amor, Marina había decidido llevar siempre la ropa mojada, de esta forma siempre estaría preparada para el encuentro. Sería la forma en la que ambos se reconocerían, al igual que ella buscaba hombres con la ropa calada, Marina sabía que su partenaire también andaría buscando mujeres con las vestimentas mojadas. Una lógica tan sencilla para Marina que no admitía la réplica de sus amigos, que siempre la andaban recriminando tratando de sacarla de sus fantasias.
Una ajetreada mañana de un domingo estival, mientras el Sol brillaba en lo alto del cielo, Marina paseaba por la calle con su bonito vestido rojo y húmedo. Vió a lo lejos un atractivo chico con la mirada oteante como si buscase algo o a alguien. Marina advirtió que su ropa estaba empapada, como si llevase horas corriendo bajo la lluvia. "Es él- se dijo- tiene que ser él", y caminó decidida en su busca, sonriente y eufórica, imaginando en su cabeza cada una de las frases que él le diría. Casi podía percibir su voz recitándole la declaración que tantas veces había recreado: "He de decirte, sin pretensiones ni esperanzas, que te quiero". Cúanto más se acercaba a él, más claro lo veía todo, ¡le había encontrado! Marina creció sobre sus sandalias rojas de tacón y caminó exultante hacia el chico empapado contoneándose hermosa y radiante. Marina desfiló por delante del joven que la escaneó detenidamente y le dirigió una sonrisa. "Está hecho- pensó- ahora me lo dirá..." Pero antes de que Marina pudiese despertar de sus pensamientos, el chico giró la cabeza y Marina reparó en ella, una muchacha menuda y bonita que sostenía un trapo entre las manos con el que frotaba dulce y enérgicamente la camiseta del chico. Ambos se miraban tiernamente y la linda muchachita del trapo se puso de puntillas y besó a su hombre empapado. Decepcionada y abatida se dio la vuelta sobre sus sandalias escarlatas y se alejó. ¿Cómo podía haber sido tan ingénua? ¿Cómo podía haber puesto tanta ilusión en un desconocido que simplemente estaba mojado? "Quizás el chico tenga razón, es una tontería buscar otro hombre empapado.De nuestro abrazo lo único que podríamos obtener sería una pulmonía-divagaba Marina-Debería empezar a buscar un chico con una gamuza para secarme, que me cuide y me quite toda esta humedad de encima, ¡eso es exactamente lo que necesito!"-afirmó resuelta. Justo cuando Marina empezaba a darse por vencida una impredecible tormenta de verano estalló de pronto disipando todas sus dudas: quizás era una estupidez llevar siempre la ropa mojada, quizás lo que le convenía era un hombre-secadora y no otro imbecil constipado... quizás... quizás... Pero cada vez que cerraba los ojos y susurraba la palabra "amor" Marina solo podía imaginar aquel beso de dos seres empapados y fantasiosos en color sepia. Pusos sus ojos en el lluvioso cielo azul intenso y se sonrió.

Marina siguió vistiendo siempre ropa húmeda y buscando en cada esquina al chico de la camisa mojada. No sé si algún día llegó a encontrarle... ni si él la encontró a ella.



Y sentada en medio de la acera yo me lamento: ¡Cuánto daño ha hecho Amélie!





Female

sábado, 20 de febrero de 2010

A través del espejo.

"Bienvenido a mi morada, entre por su propia voluntad y deje parte de la felicidad que lleva consigo"



Se miraba frente al espejo silenciosamente. Sus facciones permanecían fijas, su gesto indescifrable, clavaba la mirada sobre la reflectante superficie tratando de atisbar algo más allá de su propia imagen. Nada, el mismo rostro inmóvil, ley física arrogante.

La cámara se aleja de ella y toma un plano picado de la estancia para volvernos a dejar con el enfoque de sus ojos, una vez hecho el recorrido a través del cándido cuarto infantil.

El espejo es grande, lo suficiente para reflejar su cuerpo entero desnudo, ricamente ornamentado, filigranas y pan de oro. En la parte inferior del marco de caoba dorada unas letras de elegante caligrafía rezan una frase en latín que no acierta a comprender. Lleva horas en la misma posición, como una estatua de porcelana fina, a su alrededor el tiempo parece haberse quedado congelado; el leve movimiento de su pecho colorea la escena de una agobiante mortalidad que nos evoca la acción del inexorable, como granos de arena pasando de una a otra de las cabidades del reloj, un goteo incesante que paradójicamente nos hace pensar en la eternidad.

Vórtice de imágenes inconexas: unas manos sucias deshojando una rosa roja, unas manos sucias deshojando una rosa blanca, pétalos que se mezclan homogéneos. Un lobo negro congelándose, días rojos, grises y monótonos.

Una anciana de rostro deforme, negra parodia de un cráneo, un paisaje de cráteres abruptos y retorcidos en ángulos intangibles, las carnes cetrinas llenas de surcos y costurones, y el resto teñido del brillo resbaladizo del petróleo. Prácticamente calva, irrisorios mechones calcinados y canosos. Carece de la oreja izquierda, sólo una cavidad, y la nariz simulaba ser un pequeño fragmento de roca volcánica color ceniza. La boca era un tajo sin labios, un valle en medio de las rocosas montañas, y lo peor es que se movía. Convulsiones, estertores de muerte, un tic nervioso y grotesco le contraía las facciones, curvándole la comisura izquierda de la boca y agitando las estribaciones del tejido cicatricial de la calva. Ciega, ambos ojos de límpido cristal azul celeste enmáscardos por un pálido y fino velo blanquecino.
Camina arrastrando su esqueleto, pellejo marchito, como un ánima nauseabunda.
Apoya sus huesudas manos carentes de uñas, abominables garras de carne sanguinolienta, sobre la espalda desnuda de la niña.

"¿Sabes, cariño? Dios ha muerto, encontraron su cadaver maltrecho y apaleado en el huerto de aquellos hombres que hablaban en latín, ¿los recuerdas?" - las malévolas y finas líneas de sus labios emitieron, contra todo pronóstico, una melodía ancestral y hermosa.

La niña desnuda sigue atenta a su reflejo, impávida.

El cristal argentino comienza a temblar, la materia se torna plasma. El horrendo espectro de la mujer anciana se disuelve y en el lugar dónde su mano yació sobre el hombro de la muchacha, se abre una profunda cicatriz dorada que saca a la jóven de su estado natural. La niña sonríe y al segundo siguiente, chilla, se retuerce presa de un pánico incomprensible. Llora, acto seguido su expresión se vuelve tierna y armoniosa. Gime y el placer hace mella en sus blancas carnes. Cambia a la velocidad suficiente para que puedas reconocer el sentimiento que la posee en cada instante. La velocidad de sus mutaciones desciende progresivamente, el espejo no devuelve ya ninguna imagen, sigue agitándose con violencia. Alarga su brazo en un mecánico movimiento hasta que las yemas de sus dedos quedan a pocos milímetros del cristal plateado, se mira los pies descalzos y la realidad la golpea en la cara como un jarro de agua fría. Está encadenada al suelo, inamovible, trata de alargar los brazos hasta el tope de sus posibilidades pero sus dedos siguen sin alcanzar la puerta, el espejo. Estoica y abatida, se sienta en el suelo, espectadora pasiva de todos sus anhelos, realidad.

La anciana aparece de nuevo tras ella.

"Cielo, es hora de la lobotomía. No temas, mañana todo volverá a ser como antes, podrás seguir buscando la felicidad. "

Toma el cuerpo frío de la jóven entre sus garfios y duras hebras metálicas nacen de sus cúbitos para sujetar a la yaciente bella que no duerme. Ella no se resiste, asume con la mirada cargada de verdad. La vieja se para frente al espejo y recita con condescencia la frase latina:

"No hay nada más melancólico que la muerte de la belleza."

Da la vuelta y se marcha con la niña sujeta a sus brazos, suspirando con su dulcísima voz,
como cada noche.

Si dios ha muerto, es hora de buscar al anticristo - retumba una voz masculina y magnética al fondo del pasillo.

La ancia vuelve a emitir un hondo y cálido suspiro.

Horas más tarde, el Sol comienza a despuntar tras los cristales.

Una vez más.





Female.

viernes, 19 de febrero de 2010

Diá-locos.

Que sí, que venga, que vale... que todos somos muy felices. Sí, ya, claro, que el problema es sólo mío. Pues, ¿sabeis qué? ¡No me lo creo!



Lo admito me he vuelto una escéptica obligada, no soy más que la sombra de la ilusión que antes era, pero sería aún más idiota de lo que soy si siguiese creyendo vuestros absurdos cuentos de hadas y perdices devoradas. Miro vuestras sonrisas y pienso, repienso y sigo pensando en que no son más que máscaras funerarias. La mía luce aún más que la muestra, últimamente me siento bien, cinismo reconfortante y ninfulez pecaminosa. ¡Oh! Sí, ya... ¡lo sé! No debería. Al menos ya no me arrastro llorando por las esquinas como un alma en pena enamorada de un viento que se empeña en soplar en la dirección opuesta. ¡¿Quereis dejar de mirarme con esa cara?! No quiero que nadie sienta lástima de mi, ¡oh, pobrecita le han roto el corazón y ahoga las penas bebiendo! Mis errores, mis consecuencias. No necesito que nadie venga a ofrecerme miguitas de pan y pegamento, si me pierdo por el camino, ya me encontraré. Bien, es obvio, me siento divida. En mi interior el mar y la montaña pelean por el dominio de mi cuerpo. La montaña juega a la seducción indiferente, a la indepencia. Cuando el mar toma ventaja recaigo y ligeramente vuelvo a lamer tus costas. ¿Orgullo o masoquismo? ¡Hagan sus apuestas! ¡Cállate, es mi turno, ahora hablo yo! ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Veamos... voy a ponerte un ejemplo práctico y sencillo para que lo entiendas: pongamos un carro cargado de tesoros brillantes y bonitos, repleto de ellos; ambos hemos hecho el pacto mudo de tirar del carro para poder repartirnos el botín cuando lleguemos a nuestro destino. Tú dejas de tirar porque te lo has pensado mejor, esos tesoros no son nada para tí, en realidad nunca lo fueron, así que es lógico y comprensible que dejes de hacer un esfuerzo que no te reportará beneficio alguno, que te es indiferente. Pero, ¿qué hago yo? Yo sigo viendo el oro y estremeciéndome de pies a cabeza ante su mera mención ¿Seguir tirando o desistir? ¿Compensa el botín posible todo el esfuerzo del camino? ¡En fin, no era tan buen ejemplo!

Necesito dormir sin soñar. Necesito reir sin llorar. Necesito jugar sin normas. ¿Te parece mucho pedir? ¡No hables! Son solo preguntas retóricas.... Vuelvo a divagar, ¿verdad?

Desde un principio lo que quería decir es muy sencillo: ¿Sois felices? Me alegro por vosotros, ¡yo no! Dejad que lo intente a mi manera, no me miréis con ternura en los ojos, ¡dulce ovejita descarriada! Queredme u odiadme pero nada de compasión. Después de apretar el gatillo y contemplar el cadaver, ¿lloras? ¡Habertelo pensado dos veces! Estoy viva, soy un ser humano y probablemente tenga un transtorno psicológico, ¿sigo pareciéndote tan divertida?


He vuelto a perderme en un laberinto mental que yo misma he trazado. Ya ni siquiera recuerdo qué es lo que venía a decirte... ¡mierda! ¿me das una calada?


Quiero mirarte a los ojos hasta que te sientas incómodo y vengas aullando a por mí. Darme la vuelta, observar las lágrimas del cachorrillo desorientado y tomarte del collar. Devolverte tu dignidad en un cigarrillo y sentarte de nuevo en el trono del villano. Compostura recuperada y tu je-ne-sais-quoi brillando de nuevo. Acercarme a tí, volverte loco y susurrarte: ¿creías que te sería tan fácil? Pondrás una vez más la sonrisa acerada del pecador y yo me alejaré sobre mis zapatos de tacón, justo a tiempo para que me devores en rebeldía y sumisión. Puede que esté enajenada de tí pero no soy tuya, querido.


Lolita ha vuelto a la ciudad de la que nunca debió marcharse y, esta vez, ella va a narrar su propia versión de los hechos.


Female.

lunes, 15 de febrero de 2010

Drogadme.

¿Quién eres? ¿Te sientes bien? ¿Qué pretendes?

En la nada no hay nada, pero hay mucho espacio dónde buscar.

Dramatismo intravenoso.

La niña que perdió la inocencia en un vaso de alcohol. Excitación. Salió de la seguridad de su hogar envuelta en un halo de candor impuber. A lo largo de la noche perdió un alto porcentaje de todas las cosas que llevaba encima al partir, perdió hasta la sonrisa. La esperanza le pesaba demasiado, la arrojó al barro agujereado por sus zapatos de tacón. Quería divertirse, jugar, pasárselo bien... otro sabado inconexo el domingo por la mañana; otra historia más que apuntar en su historial con tinta roja. Algo falló, invirtió el tiempo. Se sorprendió a si misma en silencio, parada en medio de una multitud de conocidos a los que no conocía. Tenía la mirada vacía y su boca sabía a decepción y dudas. Quería volver a probar su carmín y maquillarse el rostro lleno de cortes con un par de labios de fuego. Ella lo sabía, ambas lo sabían, nadie más. Las dos niñas eran muñecas de trapo desmembradas y llenas de remiendos y eso la volvía loca. Humanas e imperfectas, débiles, carnes pálidas y desgarradas por demasiados fines de semana, demasiado jóvenes para parecer tan mayores. Le gustaba el juego sin reglas. Devorarse la una a la otra en una espiral de pecados y prohibiciones. Placer y calor de dos cuerpos fríos. Separarse abrasadas, magulladas y doloridas, con la piel llena de cortes supurantes y el maquillaje corrido. Luego mirarse lentamente y turbarse con la poca ingenuidad que aún les quedaba. Gasa, medias, tela... perfume de mujer y al día siguiente seguir escribiendo por el amor de un hombre del que desconoce el nombre. Cruces de miradas y sólo dos palabras.

Un sábado a vista de pájaro. Decadencia, fango, pestilencia, basura, mentiras, sexo, juventud...
¿A dónde hemos ido a parar? Somos absurdos microbios parásitos que se aprovechan de las circunstancias. Asesinas. No mato por puro placer, lo hago para buscar un corazón que palpite. Hazme sentir y dejaré que me violes. Quemarlo, acercarlo a mis labios y dejar que su cálido y etereo abrazo me nuble los pulmones (confortablemente insensible) ¿Crisis de personalidad? Miento. Sé quién soy y sé lo que necesito. No voy a huir, el miedo me paraliza. Sólo son castillos en el aire, sueños que no hieren hasta que alguien nos grita al oído. Necesito dormir.


Descubrir al día siguiente con las mejillas enrojecidas por lágrimas de ácido que eres uno de ellos (y volverás a serlo esta noche)
Todo esto pintaba mejor cuando temíamos a los zombies, al menos eso denotaba que íbamos a echar en falta nuestros cerebros.


Lobotomízame y te daré un beso.



Female

martes, 9 de febrero de 2010

Repostería de usar y tirar.

Físicamente: nada del otro mundo.
Inteligencia: mundana
Sentimentalmente: demasiado de-otro-mundo.


Así visto, todo tiene su lógica. En mis ecuaciones mentales nunca debería de entrar el factor esperanza. Lástima que mi naturaleza no sea pragmática.

Patetismo humano. Quiero odiar pero sólo siento lástima.
La sangre de mis venas se congela progresivamente, procesión funeraria acompañando al cadáver de una ilusión marchita.

¡Nena, tienes que espabilar! - le espetó su cuarentona, gorda y ajada hada madrina escupiéndole el humo de su cigarrilo a la cara.

No hay mensajes ocultos para tí en las nubes - se dijo en un suspiro.

Voy a contarte un secreto: es una muñeca sucia de usar y tirar. Empaquetada en plástico y cartón. Rompes el envoltorio y la utilizas a tu antojo. Finalmente, te deshaces de ella sin ningún cargo de conciencia.
No puede hablar, ¿quién puede querer una muñeca hinchable que divague? La respuesta es sencilla: nadie.
A veces no está tan mal decirse adios- para- siempre antes de que salga el Sol. Un amanecer sería glorioso a su lado.
Unos beben, otros se drogan, algunos se aferran al sexo... y luego está quién lo hace todo.


Terminado el festín, queda sobre la mesa un mordisqueado trozo de pastel. Nadie parece haberlo pedido, fruto de un error de algún camarero poco atento. Algunos han probado con sus cucharas el trozo de tarta, gratuito y sin dueño. Nadie le ha dado más de un par de mordiscos. Sólo queda ya la última porción. Todos han terminado de comer pero tú aún tienes hambre. El pedazo es pequeño, suficiente para aliviar el agujero de tu estómago. No resulta demasiado apetecible, ni siquiera tiene buena pinta. Pero está ahí y nadie va a comérsela. Si tú no lo haces terminará en la basura. Una especie de favor, la engulles sin ganas, la tarta ha desaparecido y la gula también. Nadie quiere tomar otra porción, nadie lo hubiese elegido, sencillamente sobrada y estuvo ahí cuando la glotonería te asaltó. Al día siguiente volverás a tu comanda habitual. Elaborados y deliciosos postres que sobrecojen ante su mera visión. No hay razón alguna para renunciar a tu apetitosa rutina y hacerte asiduo de ese vulgar dulce un tanto amargo. Eso es ella, el abandonado y mordisqueado postre que queda después del banquete. Quizás alguien le haga un favor y se la coma, satisfaciendo una mezcla de lástima y curiosidad, o quizás termine pudriéndose con el resto de residuos. Siempre igual.


Sumergirse cada fin de semana en unos labios distintos tiene sentido mientras buscas "el beso", cuando ya lo has encontrado es tan solo una divertida pérdida de tiempo.


El amor efímero es un deporte de riesgo, utilice la armadura adecuada.




Female

sábado, 6 de febrero de 2010

Patetismo, autocompasión y otros cantares.

2:28 de la madrugada de un domingo precoz. Estoy esperando a algo o a alguien y aunque sé que la espera será en vano, algo me impide apagar este ordenador y tumbarme en la cama. ¿Qué hacer? Escribo. Soy tan patética que me asqueo a mí misma.

Necesito que todo el mundo se calle, ¡silencio! Lo único que quiero oir es tu respiración y el suspiro que tengo que liberar.

La gente tiene problemas y yo soy el cúlmen del egoísmo adolescente. Nunca quiero pensar en mí, pero no encuentro la manera de acallar mi mente. Merezco que me odien tanto como yo lo hago. Lo merezco pero no lo quiero.

Déjame que te haga una pequeña petición, no vuelvas a decirme que soy bonita, no quiero que nadie vuelva a hacerme sentir inteligente o especial. Soy ridículamente igual que el común de los mortales y me asquea, pero es cierto. Mírame con malos ojos porque voy a decepcionarte (sí, soy tan egoísta que no podría soportarlo, no a tí), siempre lo hago. Termino por perderme, por hundirme y caer de los pedestales de espejismos que edificáis para mí. Las caídas duelen. Y me quejo. Estoy harta de hacer daño y hacerme daño. No quiero que nadie me quiera (es más que eso, es naturaleza humana, amor que ansío)

Si el masoquismo es inherente al ser humano yo soy la expresión de la humanidad. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... un número más. Me gustaría ser distinta, ser otra, ser más como ella, quizás así no me sintiese tan destinada a la autodestrucción. Probablemente tu me querrías. Pero no lo soy.

La gente es idiota y siento lástima. Victimismo vomitivo a altas horas de la noche. Soy gente ergo soy idiota.


Si fuese guapa o simplemente algo mona.
Si fuese sociable y risueña.
Si fuese más inteligente.
Si fuese graciosa y simpática.
Si fuese menos tímida y callada.

Si fuese más interesante y atrayente.

Si no fuese tan compleja y extraña.
Si no inviertiese tanto tiempo en soñar.
Si no fuese una quejica hipersensible.
Si no tuviese repentinos cambios de humor inexplicables.
Si no tuviese tantas ganas de volar.
Si no fuese siempre a destiempo en universos para-lelos.

Probablemente tu me quisieras y yo también. Seguramente no escribiría nada como esto.

Sencillamente, no sería yo.


A fin de cuentas, da igual lo que lloriquee, da igual lo que te pida o lo que me odie.

"I CAN´T change my mold even if I´m a million different people from one day to the next I CAN´T change my mold"


No.No.No.No.No.


Alicia me enseñó que no tengo que crecer ni menguar, solo estar.

Sí, estoy aquí sola y perdida, pero alguien me encontrará.




(o no).








Female

jueves, 4 de febrero de 2010

Lo pos-impos-ible.

Ruta 66. Carretera desierta, larga como el infinito, como único destino la libertad. La primera vez, quebrantando un millón de ridículas normas, saboreando un sueño. Un viejo descapotable devora el alquitrán a 180 kilómetros por hora, la música ahoga el rugido del motor y se pierde en el infinito. Ella apoya sus pies de porcelana y rubí en el salpicadero, el cabello oscuro ondea al viento, ríe lócamente encantada. Ella le mira con los ojos iluminados, como si nada malo pudiese suceder, soñadora, confiada y radiante. Ambos se sonríen con complicidad anticipando en sus extrañas mentes los futuros acontecimientos nocturnos. El veraniego vestido a cuadros rojos y blancos, sus labios, la carrocería del viejo automóvil, los paisajes que son devorados en un instante, todo parece sacado de una película antigua, una ilusión tan hermosa que no puede ser real (él jamás así lo hubiese creído apenas meses atrás) pero que es tan tangible como sus manos frías reposando sobre su muslo. Ella tomaba instantáneas aleatorias iluminando la carretera con estallidos de flash y sonrisas. Eran jóvenes, no tenían nada que temer, nada que esconder, nada que perder... como pájaros que se elevan por primera vez aprendiendo a volar. Instinto animal. Lobos salvajes que desgarraron su jaula.
El cielo salpicado de estrellas, las luces de la ciudad titilan en la lejanía. Como perseguidos por sus propios fantasmas huyen sin control hacia ninguna parte, siempre efímeros, siempre en movimiento, nunca les darán caza. Jamás creyó sentirse así, esperanzado, sencillamente feliz. Su corazón agotado no había sido remendado con el quebradizo hilo del conformismo del solitario; se había fundido hasta quedar convertido en un amasijo de entrañas incandescentes, un aúreo líquido bombeante que fluía libre e indoloro, un órgano que bajo las heladas caricias de sus manos había tomado forma de nuevo, como un fénix resurgiendo de sus cenizas. Conducía con el único fin de ganarle la carrera al viento. Una pasional tormenta de verano estalló en el cielo, la catársis de los elementos, rayos y truenos; las gotas de lluvia golpeándoles la piel y nunca se habían sentido tan vivos. Ella le miró de esa forma tan suya, con la proposición bajo sus pestañas, él detuvo el coche justo en el medio del asfalto.
Cuando sus cuerpos entraron en contacto bajo el concierto eléctrico nadie hubiese podido negar que había algo de mágico en aquellos críos precoces jugando a vivir, algo de atemporal en sus besos, algo de inmortal (e inmoral) en sus caricias. Corrupto, deseable, sensual, vertiginoso, peligroso, caer en la tentación... Cuando se hubieron separado una nube de vapor de agua invadía el vehículo mientras que la naturaleza había decidido volver a guardar silencio. Él se acerco y le susurró algo en su oído, ella se aproximó y delicadamente puso sus labios entrabiertos en su cuello y le regaló un mordisco.

Ante ellos, el camino. Lo habían dejado todo atrás para alcanzar la nada.

Se dispuso a arrancar, ella dejó caer su pálida mano sobre la de él, sobre el cambio de marchas. Se zambulló en sus ojos negros y musitó: faster... Él puso la sonrisa del pecador en los labios acerados y se dejó llevar... para siempre.





Come away with me in the night, cuando sople el viento del norte.





Female

miércoles, 3 de febrero de 2010

Te... te... te... QUILA.

Te quiero. ¿Te quiero? ¡Te quiero!

Una conocida coétanea me comentaba hoy uno de sus escarceos "amorosos" camino a casa, bajo un Sol abrasador, a eso de las tres de la tarde. Charlábamos animadamente: la jornada fútil que habíamos desperdiciado entre esos cuatro muros escolares, el tiempo que en pleno febrero se asemeja a una de esas mañanas estivales dónde un vestido de tirantes es tu compañía a lo largo de todo el día (en la noche, coincidíamos en que aún debería de ser más escueta, sino nula, la indumentaria) y demás banalidades juveniles de colegialas.
Algo nos llevó a dar un giro a nuestra conversación y ella comenzó a relatar cuando en un apasionado beso con un no -tan- apasionado partenaire, este le espetó un "te quiero" que la joven, en absoluto interesada sentimentalmente por él, no supo como encajar. Me decía que ella permaneció en silencio como si aquellas palabras fuesen tan sólo una respiración más fuerte de lo normal o el silbido del viento (cosa que hubiese preferido sin dudar) Ante su mutismo él volvió a insistir, ella siguió en su linea indiferente y ahí terminó todo. Se quejaba mi compañera de lo inoportuno que había sido aquel "te quiero" y de lo incómoda que la había hecho sentir y culminó su discurso con la frase: "¿Por qué los hombres siempre tienen que romper la magia con cosas como esa?"

A lo que una, que llevaba horas perdida en sus acostumbradas divagaciones, respondió: Verás camarada, el problema aquí no fueron esas dos palabrejas, sino la boca que las esculpió en el silencio. Apuesto a que hubieses bebido los vientos porque otro-que-yo-me-sé las hubiese pronunciado en ese mismo contexto (o en otro cualquiera, ¡qué diablos!) Si bien es cierto que a nadie le gustan esos agobiantes amantes que abusan, ridiculizan y desprestigian tan hermoso enunciado oracional, a todos, sin excepción, nos gusta oír algún que otro te quiero y más aún, si procede de esa boca que nos hace suspirar y esbozar estúpidas sonrisas durante horas (¡ah, l´amour nous rend sots!) Y no sólo eso, sino que cuanto más se hace de rogar ese hechizante gesto más se nos sobresalta el alma cuando nos sentimos la diana de todos esos dardos teñidos de rosa (y empapados en curare) Cuando estamos acostumbrados a un cariñoso "que te peten" nocturno, el día en el que se cuelan esas ocho intrusas letras en la conversación nos sentimos presas de un mágico baile nervioso que culmina en una brillante y cálida sonrisa y un ego tan enorme que no cabe en nuestro lecho. ¿O no es así, querida?

Y todas estas ideas comenzaron a fragmentarse y reagruparse en mi mente como si estuviesen metidas en un enorme "kalós éidos scopéo" dibujando anti mí hermosas e ininteligibles figuras, todo esto para terminar con una ridícula conclusión: "te quiero" no es un verbo que pueda conjugarse.

Hay "te quieros" que echaba de menos y he recuperado, hay "te quieros" que me sobrecogían y han desaparecido, también los hay que nunca me han dicho ni me dirán nada; en esta pequeña gran colección, hay "te quieros" de todas las formas, colores y sabores. "Te quieros" recién adquiridos y soprendentemente necesitados y dulces, "te quieros" que digo y necesito gritar. Y luego, están todos aquellos que aún no han sido dichos, los que se traducen en simples "Eres fantástico" o "Un beso" o incluso aquellos que se escriben implícitos en la palabra "susurro". Hay "te quieros" tan esperados que cualquier otra palabra medianamente amable podrá hacernos estrujar nuestro ingénio para buscar en ella el más mínimo vestigio de un amor mudo.

En fín, la próxima persona que vuelva a decirme un "te quiero" patético, ridículo y falso puede olvidarse de mi nombre. Si alguien trata de pervertir esta sencilla declaración, yo no pienso ser cómplice del asesinato de un sentido que jamás debiera banalizarse.

Y entre tanto, yo me muerdo la lengua hasta sangrar pero sin poderlo evitar,como bien cantaba Frank: "and then I go and spoil it all, by saying something stupid like I Love You"




Juro, juro y perjuro por mí y por todos mis compañeros que este texto no ha sido extraído de una patética revista para adolescentes ñoñas y hormonadas.



En realidad, "te quiero" no es un verbo, pero SÍ puede conjugarse.






Female

domingo, 31 de enero de 2010

Experiencias extra-musicales.

Inexistencia de ninguna verdad objetiva.
Ojos negros, ojos negros, ojos negros...
Susurros de jueves en sábado noche.
Disparos iluminan la estancia.

Me encontraste entre los escombros, apoyada en el único muro que aún quedaba en pie. La lluvia golpeaba mi pálida piel con la queda violencia de los elementos. Empapada, te invitaba con la mirada, te incitaba con los labios. El cuerpo desencajado, gasa roja adherida a mi humedad congelada.

Te acercaste con aire de canalla galante, solo pretendías hacerme notar tu presencia apabullante.
Apenas fingí advertirte pero sabías que mi instinto almacenaba cada uno de tus pasos.
Cruce de miradas, de esa manera tan peculiar, tú la tomas entre tus labios, yo me sumerjo entre sus brazos. Seguimos mirándonos.

Fingiré siete veces más, quiero ver que hay detrás de tu imperturbabilidad. ¿Es esto lo correcto o no? Nuna confíes, nunca esperes nada de nadie, y nunca podrán decepcionarte. A este chico solitario no me tengo que acercar. Puede que fuese una promesa o una premonición.

Me sumerjo en otra nueva copa, al ritmo de The doors todo parece posible. Te observo al caminar, me invade una indescriptible y extraña sensación, Alicia ha bebido de la copa y poco a poco comienza a encoger.

Puede que uno no deba fiarse de los animales heridos, pero tu eras un experto cazador. ¿Mentías? El cazador encantado.

No tengo que esconderme, alguien me encontrará. Hacer siempre lo incorrecto es una forma de acertar. La mañana me sorprende dónde muere la ciudad, yo busco tu fuerza y ofrezco mi debilidad.

Aquí las noches llegan y mueren en un suspiro, todo lo que nace lo hace como por error. Es mi mundo derruido, lo que hoy nace puro mañana está podrido. Lo natural es odiarse pero aún queda este muro en pie. ¿Deseas derrumbarlo?

Mátame si ya no te soy de utilidad. Mátame tras leer el mensaje. Házmelo saber. Hoy me he desnudado sin quitarme el traje.

La noche sigue avanzando y empiezo a recordar. El más viejo de los ritos. ¿Fuiste tú, fui yo o fue algo sencillamente superior? Ambos supimos desde el primer momento que aquello habría de pasar. Me resbalé por tus "tes", te escurriste entre mis "erres", las "as" se pegaron a mi cuello como gotas de lava ardiendo, arrasando con mi piel. Con tus manos examinas cada rincón, y me diluyo, te desarmas sin querer. Esos ojos infinitos oscurecíendose sobre mi, tu voz, esa voz... susurrando cosas absurdas. Un segundo, un minuto que no puedo traducir, una hora de puro cielo en el infierno.

Recapacité mientras los demás seguían divirtíendose. Me lo tengo prohibido, pensar en tí y siento que me he perdido. A fin de cuentas, ayer te ví tan odioso y tan extraño, tan atrayente y borracho. Tu también me viste, dudé pero no quise arriesgar, nunca fui muy valiente. Hice bien, estabas armado hasta los dientes.

Y todo seguía girando a mi alrededor y yo me dejé arrastrar por el torbellino ambiental, para terminar mi noche entre unos brazos cálidos que no son los tuyos. He sido fuerte, he sido débil, como nosotros, como siempre.

Y entonces, cuando todo ha terminado, llega un "te quiero" inesperado de los que realmente significan algo. Quiero dormir a su lado, acostarme contigo y escuchar las mismas palabras de distintos labios, los dulces y los acerados. Filos y Ágape.

Sigue lloviendo y tu cama es parte de mi corazón, no respires, no te muevas, no despiertas al dragón. Hazlo.


Ahora o nunca, ahora o nunca... yo dije ahora, tu dijiste nunca (más)

¿Mentías?


Esta noche un lazo rojo me hará compañía.



Agradecimientos especiales a Mademoiselle Rosenvinge y al Señor Vegas, por prestarme sus voces y experiencias.





Female