lunes, 3 de mayo de 2010

Alice without chains.

No hace mucho tiempo, pero sí muchos instantes, en un reino tan lejano que podría esconderse en el bolsillo trasero de mis vaqueros, gobernaba una dictadora tiránica y tan deliciosamente encantadora que no necesitaba de la fuerza bruta o el terror para imponerse sobre sus súbditos. Dominaba sus tierras valiéndose únicamente de sus hechizantes artimañas, tenía el don de agradar a todo aquel que la trataba y su archiconocida belleza era adorada a lo largo y ancho de sus tierras. No era, sin embargo, la clase de persona manipuladora e inteligente que plenamente consciente de sus actos se sirve de sus armas para obtener de los insignificantes humanos lo que le place a cada momento, ella sencillamente considerábase digna de elogios y los fomentaba con placer. Su embrujo bañado de cortesía, sonrisas y gracia natural convertía a los hombres en cachorros a su disposición y despertaba la admiración absoluta de las mujeres, haciéndoles olvidar su voluntad y transformándolos en marionetas anhelantes de complacerla. Ella era, sin duda, la absoluta dueña y señora, nadie podía escapar de su conjuro y sus remordimientos eran aplacados por nuestras tiernas palabras de cariño y comprensión.
Yo misma sucumbí como una mortal más ante su hipócrita magnificencia, fuí su ferviente esclava e hice de ella el núcleo capital de mi existencia (que en su ausencia se tornaba vacía e insignificante) El mero hecho de estar en su vida me hacía sentir importante, sus gracias y su compañía me deleitaban y todo lo que podía ofrecerle de mí me resultaba indigno de su persona, agradecía cada segundo de pensamientos que me dedicaba.
En aquellos tiempos en los que yo era una marioneta más bailando al son de sus palabras, había un hombre lo suficientemente gris e inteligente como para resistir su canto de sirena. Él y yo discutíamos a menudo, yo amaba a mi reina y la defendía con ahínco y él trataba de hacerme ver como en realidad no era más que una muchacha mediocre y vulgar, mas nunca conseguíamos llegar a ninguna resolución. Yo estaba cegada por su encantamiento y el valiente paladín era incapaz de hacerme despertar del sueño ilusorio.
Y así, desde su trono ella ordenaba entre educadas peticiones y todos poníamos nuestro ser a su disposición. Mas el tiempo pasó e incluso el misántropo héroe cayó presa de sus mágicos juegos, incapaz de resistirse vió como todo el odio que sentía hacia la malévolamente cautivadora dictadora se transformaba en el amor más dulce y servil que jamás hubiese experimentado. Curiosamente, cuando nuestro derrocado y enamorado muchacho aceptó gustoso su papel en el teatro de guiñoles, una servidora despertó de su letargo. No fueron necesarios un beso de amor ni una estocada en la espalda para despertarme, sencillamente la luz iluminó las tinieblas rosáceas y abandoné el hechizo. Cuando mis ojos se posaron en la reina, ya liberada del encanto, la nitidez me golpeó y observé con claridad como se desmoranaban las capas de telas y gasas, los ornamentos de oro y brillantes, los maquillajes y adornos, y súbitamente aparecía una adolescente corriente, insustancial y aburrida como cualquier otra, sin nada más que ofrecer que mediocridad. Ahora era libre, volvía a ser dueña de mi voluntad y mi visión era clara de nuevo. Había conseguido la fortaleza y determinación suficientes como para romper el embrujo y conseguir zafarme de mi condición de sumisa y devota esclava. Libre pero sola, pues todos los demás seguían encadenados a sus miradas de caramelo y su naturalidad adorable. Observé a mi alrededor y algo se rompió en mi pecho, no eran más que corderos en una cinta transportadora de camino al matadero. Ciegos y aturdidos, felices en su ignorancia, muñecos de trapo cumpliendo los mandatos de su diosa. Lloré por ellos, la rabia me consumía, la crueldad y el despotismo, la falsedad y la hipocresía de la reina me hacían vomitar. Pensé en él, el paladín de brillante armadura y alma de ángel, era el peor de todos, sumo sacerdote de aquella vieja y repugnante religión. Quise liberarles, emprender la cruzada por mi misma y derrocar el mandato totalitario de la sirena de cartón-piedra. Odiaba todo el tiempo que había perdido postrada ante ella, detestaba las horas que había desperdiciado comportándome a sus gustos y exigencias dejándome a mí misma y mis deseos de lado. Temía por todos ellos y traté de romper sus cadenas. Me golpée contra un muro hasta perder la consciencia, me capturaron y me convertí en una exiliada política, nadie me creyó, todos la amaban y perdí estrepitosamente la batalla. También a él le perdí. Y aquello fue más de lo que pude soportar, me rendí, firmé el armisticio y me dediqué a guardar silencio observando con melancolía y repulsión sus actos. Me condené a convivir con ello, pasiva e indiferente, ellos adoraban su esclavitud. Ingratos títeres, ya no les debía nada. Mi corazón se arrugaba hasta quedar reducido a escombros cada vez que la reina acaricaba la cabeza del que un buen día creó la Resistencia y este le respondía con agradecidos lametones, obnubilado. Él renunció a mí para siempre, pues ella era ahora lo único que le hacía feliz. Cada patada que recibía de su dueña era para él una caricia desafortunada y yo pintaba mis sonrisas camuflando las asqueadas facciones que pugnaban por salir.
No le guardo rencor a la reina, pues supongo que cualquiera en su lugar gozaría de su capacidad para ser amada por todos los seres vivientes. Supongo que yo si pudiera no lo desaprovecharía. Tampoco la envidio, pues realmente he descubierto que no tiene nada que ofrecer aparte de su apariencia. Aunque todos me adorasen, jamás compensaría la vacuidad y simpleza que poseería. Lo único que lamento es no ser capaz de tragarme mi orgullo y fingir que nada me importa, porque de ese modo, sería capaz de conservar a mi lado al ahora desconocido angel justiciero. Le echo de menos pero no seré yo quien vuelva a tratar de despertarle, él asegura ser feliz en este encantamiento.
La Resistencia es lo único que me queda, sola y triste, pero radiantemente libre.
Ahora que nadie me cuenta cuentos antes de ir a dormir, los escribo.

Una vez me hablaron de pozos y relaciones, mi historia está cargada de barro.

Érase una vez que se era... un largo paréntesis y una coma.




Female.

1 comentario:

  1. Te empeñas en decir que estás sola viendo como los títeres sufren de sus ardientes cuerdas, pero te confundes. Ni me tiene, ni me dejo tener. Escapé hace tiempo, y para no volver.
    Alice without chains...tódo un mito.
    La persuasión humana, alegría de muchos, calvario de listos.

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