domingo, 28 de febrero de 2010

Time.

Corres y corres para alcanzar el Sol, persiguiendo su ardiente magnificencia hacia el ocaso. Brillante estrella en el cielo, tus pasos devoran el asfalto, la hierba, la arena del camino. Una cacería de fantasmas, sabes que nunca podrás arañarlo pero tu empeño crece segundo a segundo, la razón no te detendrá. Tu corazón bombeando triplicando su capacidad, los jadeos permanentes en tus pulmones y lacerantes heridas en las plantas de los pies. Mantienes tu mente en la carrera, las líneas del mundo se desdibujan a tu alrededor y todo carece de importancia, tu flaqueza contenida tras un enorme muro de propósitos toma fuerzas de tu propia determinación enfermiza. Una única y obsesiva fijación: el Sol.
La refulgente esfera avanzando siempre por delante de tí, siempre. Aumentas la velocidad al borde del colpaso en un último y apoteósico esfuerzo, en vano. Tus músculos ceden, hebra por hebra, la sangre como ácido hace reventar todos tus vasos sanguíneos, uno por uno, el calor abrasador de la incalcanzable esfera derrite tu ser, poco a poco. Te has convertido en un magma acorporeo e incandescente, caes de rodillas al suelo, fulminado, extasiado y desfallecido. Alzas la vista en su busca, clamando compasión, el cielo está vacío. El Sol se está elevando por detrás de ti haciéndote encarar las tinieblas, riéndose socarronamente de tí.
Finalmente, lo único que te queda son esas terribles quemaduras en tu espalda.

Ya no te queda tiempo... se ha evaporado.




Female.

sábado, 27 de febrero de 2010

Circunloquio de habla no inglesa.

Recaer... insultante y exultante exhibición de mi ineludible rebeldía ante todas las prohibiciones autoinflingidas, fragmentado en dos vocablos aparentemente inexistentes. Dolorosamente en el silencio de una sala oscura dónde las sonrisas están vetadas, mi ego disminuye inversamente proporcional a mi vulnerabilidad. Casi tres horas en blanco y negro mientras mi ser yerto ve pasivamente crecer las enredaderas a su alrededor. La quietud de la sala desprecia la magnificencia de mi calamidad inquisidora. Enunciados que se elevan durante segundos como zeppelines deseosos de inicar la hecatombe de Hindenburg, teinta y cinco minutos y treinta y cinco muertos me separan de la Omega de la indolencia. Estimaciones aproximadas de conclusiones de un análisis Freudiano recorren mi sobreestimulado sistema parasimpatico haciendo y deshaciendo a su antojo la sinapsis neuronal. La efigie de la melancolía de mi percepción exibida en mi boca. Deshinibidas confesiones impronunciables de místicas alegorías adoptan el perfume de las mimosas de medianoche. Pérmiteme levantarme sobre mis despellejadas extremidades hacia la solución final. Mis rodillas sucias de desiertos cabalgados por los cuatro jinetes del Apocalipsis dejan sendos rastros de sangre fría durante los rutinarios rezos al ídolo muerto. Átame las muñecas con hilo conductor de cobre sin toma de tierra y penderé durante siglos sobre el barranco de la recámara. Arrástrame sobre la línea de la utopía trangresora de la gente cobarde hacia el brillo metálico de un sueño cuya fuerza peremne no entiende de eternidad. Promesas y fraudes psicosomáticos enferman la materia de mi existencia. El vino empapa de aguarrás mi paladar. Incomprensible quiebramentes cuidadosamente emboscado de trabalenguas, primo hermano de bohemios instantes malditos, se vaticina como único y exclusivo bálsamo redentor e inalcanzable. Siento sentir que deseo sentimientos ajenos. Ayúdame a olvidar la vacuidad de la usanza con un beso de fusión fría que embadurne de helio mi traje deuterificado. Herrar y nadar en abrazos mediterráneos de los mares del Norte mientras tomamos té a la luz de las luciérnagas y encubrimos nuestra sustantividad con poses aristocráticas. Un suspiro aletargado aterriza liviano en la cúspide de la pared sobre la que yace la pantera. Sin hacer ruido, lentamente, de forma cuasi inadvertida el muro se reduce a escombros. El mayestático porte del animal cae al vacio heliocoidal de la apatía húmeda. Los labios presionados sobre la límpida frente, sin respuesta. El veredicto de su señoría es inapelable: desertora y culpable. Huiré en pos de la Eleuteria, edificaré una jaula de plástico para todos los entes de juicio prejuicioso que amen el genio de la multitud y raptaré al viento. Carezco del hemisferio derecho, mi sistema límbico vive dentro de un huracán y alguien debe anestesiar mi hipocampo, aniquilarlo. No es solo eso, ineducación e inadaptación inadecuadas. Ponme una cinta blanca, roja, negra y gris, recordaré lo indispensable cuando despierte de mi virginidad.


Sé odiar pero en este infinito sólo hay una persona merecedora de mi odio.



Female.

jueves, 25 de febrero de 2010

Galletas, limonada y gnomos de jardín.

Marina es una chica llena de manías, entre ellas la más destacable es la curiosa constumbre que tiene de llevar siempre la ropa empapada. No es que Marina quiera vivir siempre constipada o que siempre tenga demasiada prisa como para esperar a que seque su ropa, nada de eso. Desde que era niña, Marina siempre soñó con encontrar el amor y ella sabía exactamente cómo tendría que ser ese encuentro: ambos debían de llevar la ropa empapada ( no es necesario aclarar que los planos de besos empapados siempre tienen un hermoso dramatismo cinematográfico) Ella quería que fuese como una captura en sepia que almacenar en su álbum de recuerdos,una foto mental que poder enseñarles a sus nietos cuando fuese una anciana, el fotograma de un clásico del Hollywood de oro. Como nadie puede saber dónde y cúando encontrará el amor, Marina había decidido llevar siempre la ropa mojada, de esta forma siempre estaría preparada para el encuentro. Sería la forma en la que ambos se reconocerían, al igual que ella buscaba hombres con la ropa calada, Marina sabía que su partenaire también andaría buscando mujeres con las vestimentas mojadas. Una lógica tan sencilla para Marina que no admitía la réplica de sus amigos, que siempre la andaban recriminando tratando de sacarla de sus fantasias.
Una ajetreada mañana de un domingo estival, mientras el Sol brillaba en lo alto del cielo, Marina paseaba por la calle con su bonito vestido rojo y húmedo. Vió a lo lejos un atractivo chico con la mirada oteante como si buscase algo o a alguien. Marina advirtió que su ropa estaba empapada, como si llevase horas corriendo bajo la lluvia. "Es él- se dijo- tiene que ser él", y caminó decidida en su busca, sonriente y eufórica, imaginando en su cabeza cada una de las frases que él le diría. Casi podía percibir su voz recitándole la declaración que tantas veces había recreado: "He de decirte, sin pretensiones ni esperanzas, que te quiero". Cúanto más se acercaba a él, más claro lo veía todo, ¡le había encontrado! Marina creció sobre sus sandalias rojas de tacón y caminó exultante hacia el chico empapado contoneándose hermosa y radiante. Marina desfiló por delante del joven que la escaneó detenidamente y le dirigió una sonrisa. "Está hecho- pensó- ahora me lo dirá..." Pero antes de que Marina pudiese despertar de sus pensamientos, el chico giró la cabeza y Marina reparó en ella, una muchacha menuda y bonita que sostenía un trapo entre las manos con el que frotaba dulce y enérgicamente la camiseta del chico. Ambos se miraban tiernamente y la linda muchachita del trapo se puso de puntillas y besó a su hombre empapado. Decepcionada y abatida se dio la vuelta sobre sus sandalias escarlatas y se alejó. ¿Cómo podía haber sido tan ingénua? ¿Cómo podía haber puesto tanta ilusión en un desconocido que simplemente estaba mojado? "Quizás el chico tenga razón, es una tontería buscar otro hombre empapado.De nuestro abrazo lo único que podríamos obtener sería una pulmonía-divagaba Marina-Debería empezar a buscar un chico con una gamuza para secarme, que me cuide y me quite toda esta humedad de encima, ¡eso es exactamente lo que necesito!"-afirmó resuelta. Justo cuando Marina empezaba a darse por vencida una impredecible tormenta de verano estalló de pronto disipando todas sus dudas: quizás era una estupidez llevar siempre la ropa mojada, quizás lo que le convenía era un hombre-secadora y no otro imbecil constipado... quizás... quizás... Pero cada vez que cerraba los ojos y susurraba la palabra "amor" Marina solo podía imaginar aquel beso de dos seres empapados y fantasiosos en color sepia. Pusos sus ojos en el lluvioso cielo azul intenso y se sonrió.

Marina siguió vistiendo siempre ropa húmeda y buscando en cada esquina al chico de la camisa mojada. No sé si algún día llegó a encontrarle... ni si él la encontró a ella.



Y sentada en medio de la acera yo me lamento: ¡Cuánto daño ha hecho Amélie!





Female

sábado, 20 de febrero de 2010

A través del espejo.

"Bienvenido a mi morada, entre por su propia voluntad y deje parte de la felicidad que lleva consigo"



Se miraba frente al espejo silenciosamente. Sus facciones permanecían fijas, su gesto indescifrable, clavaba la mirada sobre la reflectante superficie tratando de atisbar algo más allá de su propia imagen. Nada, el mismo rostro inmóvil, ley física arrogante.

La cámara se aleja de ella y toma un plano picado de la estancia para volvernos a dejar con el enfoque de sus ojos, una vez hecho el recorrido a través del cándido cuarto infantil.

El espejo es grande, lo suficiente para reflejar su cuerpo entero desnudo, ricamente ornamentado, filigranas y pan de oro. En la parte inferior del marco de caoba dorada unas letras de elegante caligrafía rezan una frase en latín que no acierta a comprender. Lleva horas en la misma posición, como una estatua de porcelana fina, a su alrededor el tiempo parece haberse quedado congelado; el leve movimiento de su pecho colorea la escena de una agobiante mortalidad que nos evoca la acción del inexorable, como granos de arena pasando de una a otra de las cabidades del reloj, un goteo incesante que paradójicamente nos hace pensar en la eternidad.

Vórtice de imágenes inconexas: unas manos sucias deshojando una rosa roja, unas manos sucias deshojando una rosa blanca, pétalos que se mezclan homogéneos. Un lobo negro congelándose, días rojos, grises y monótonos.

Una anciana de rostro deforme, negra parodia de un cráneo, un paisaje de cráteres abruptos y retorcidos en ángulos intangibles, las carnes cetrinas llenas de surcos y costurones, y el resto teñido del brillo resbaladizo del petróleo. Prácticamente calva, irrisorios mechones calcinados y canosos. Carece de la oreja izquierda, sólo una cavidad, y la nariz simulaba ser un pequeño fragmento de roca volcánica color ceniza. La boca era un tajo sin labios, un valle en medio de las rocosas montañas, y lo peor es que se movía. Convulsiones, estertores de muerte, un tic nervioso y grotesco le contraía las facciones, curvándole la comisura izquierda de la boca y agitando las estribaciones del tejido cicatricial de la calva. Ciega, ambos ojos de límpido cristal azul celeste enmáscardos por un pálido y fino velo blanquecino.
Camina arrastrando su esqueleto, pellejo marchito, como un ánima nauseabunda.
Apoya sus huesudas manos carentes de uñas, abominables garras de carne sanguinolienta, sobre la espalda desnuda de la niña.

"¿Sabes, cariño? Dios ha muerto, encontraron su cadaver maltrecho y apaleado en el huerto de aquellos hombres que hablaban en latín, ¿los recuerdas?" - las malévolas y finas líneas de sus labios emitieron, contra todo pronóstico, una melodía ancestral y hermosa.

La niña desnuda sigue atenta a su reflejo, impávida.

El cristal argentino comienza a temblar, la materia se torna plasma. El horrendo espectro de la mujer anciana se disuelve y en el lugar dónde su mano yació sobre el hombro de la muchacha, se abre una profunda cicatriz dorada que saca a la jóven de su estado natural. La niña sonríe y al segundo siguiente, chilla, se retuerce presa de un pánico incomprensible. Llora, acto seguido su expresión se vuelve tierna y armoniosa. Gime y el placer hace mella en sus blancas carnes. Cambia a la velocidad suficiente para que puedas reconocer el sentimiento que la posee en cada instante. La velocidad de sus mutaciones desciende progresivamente, el espejo no devuelve ya ninguna imagen, sigue agitándose con violencia. Alarga su brazo en un mecánico movimiento hasta que las yemas de sus dedos quedan a pocos milímetros del cristal plateado, se mira los pies descalzos y la realidad la golpea en la cara como un jarro de agua fría. Está encadenada al suelo, inamovible, trata de alargar los brazos hasta el tope de sus posibilidades pero sus dedos siguen sin alcanzar la puerta, el espejo. Estoica y abatida, se sienta en el suelo, espectadora pasiva de todos sus anhelos, realidad.

La anciana aparece de nuevo tras ella.

"Cielo, es hora de la lobotomía. No temas, mañana todo volverá a ser como antes, podrás seguir buscando la felicidad. "

Toma el cuerpo frío de la jóven entre sus garfios y duras hebras metálicas nacen de sus cúbitos para sujetar a la yaciente bella que no duerme. Ella no se resiste, asume con la mirada cargada de verdad. La vieja se para frente al espejo y recita con condescencia la frase latina:

"No hay nada más melancólico que la muerte de la belleza."

Da la vuelta y se marcha con la niña sujeta a sus brazos, suspirando con su dulcísima voz,
como cada noche.

Si dios ha muerto, es hora de buscar al anticristo - retumba una voz masculina y magnética al fondo del pasillo.

La ancia vuelve a emitir un hondo y cálido suspiro.

Horas más tarde, el Sol comienza a despuntar tras los cristales.

Una vez más.





Female.

viernes, 19 de febrero de 2010

Diá-locos.

Que sí, que venga, que vale... que todos somos muy felices. Sí, ya, claro, que el problema es sólo mío. Pues, ¿sabeis qué? ¡No me lo creo!



Lo admito me he vuelto una escéptica obligada, no soy más que la sombra de la ilusión que antes era, pero sería aún más idiota de lo que soy si siguiese creyendo vuestros absurdos cuentos de hadas y perdices devoradas. Miro vuestras sonrisas y pienso, repienso y sigo pensando en que no son más que máscaras funerarias. La mía luce aún más que la muestra, últimamente me siento bien, cinismo reconfortante y ninfulez pecaminosa. ¡Oh! Sí, ya... ¡lo sé! No debería. Al menos ya no me arrastro llorando por las esquinas como un alma en pena enamorada de un viento que se empeña en soplar en la dirección opuesta. ¡¿Quereis dejar de mirarme con esa cara?! No quiero que nadie sienta lástima de mi, ¡oh, pobrecita le han roto el corazón y ahoga las penas bebiendo! Mis errores, mis consecuencias. No necesito que nadie venga a ofrecerme miguitas de pan y pegamento, si me pierdo por el camino, ya me encontraré. Bien, es obvio, me siento divida. En mi interior el mar y la montaña pelean por el dominio de mi cuerpo. La montaña juega a la seducción indiferente, a la indepencia. Cuando el mar toma ventaja recaigo y ligeramente vuelvo a lamer tus costas. ¿Orgullo o masoquismo? ¡Hagan sus apuestas! ¡Cállate, es mi turno, ahora hablo yo! ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! Veamos... voy a ponerte un ejemplo práctico y sencillo para que lo entiendas: pongamos un carro cargado de tesoros brillantes y bonitos, repleto de ellos; ambos hemos hecho el pacto mudo de tirar del carro para poder repartirnos el botín cuando lleguemos a nuestro destino. Tú dejas de tirar porque te lo has pensado mejor, esos tesoros no son nada para tí, en realidad nunca lo fueron, así que es lógico y comprensible que dejes de hacer un esfuerzo que no te reportará beneficio alguno, que te es indiferente. Pero, ¿qué hago yo? Yo sigo viendo el oro y estremeciéndome de pies a cabeza ante su mera mención ¿Seguir tirando o desistir? ¿Compensa el botín posible todo el esfuerzo del camino? ¡En fin, no era tan buen ejemplo!

Necesito dormir sin soñar. Necesito reir sin llorar. Necesito jugar sin normas. ¿Te parece mucho pedir? ¡No hables! Son solo preguntas retóricas.... Vuelvo a divagar, ¿verdad?

Desde un principio lo que quería decir es muy sencillo: ¿Sois felices? Me alegro por vosotros, ¡yo no! Dejad que lo intente a mi manera, no me miréis con ternura en los ojos, ¡dulce ovejita descarriada! Queredme u odiadme pero nada de compasión. Después de apretar el gatillo y contemplar el cadaver, ¿lloras? ¡Habertelo pensado dos veces! Estoy viva, soy un ser humano y probablemente tenga un transtorno psicológico, ¿sigo pareciéndote tan divertida?


He vuelto a perderme en un laberinto mental que yo misma he trazado. Ya ni siquiera recuerdo qué es lo que venía a decirte... ¡mierda! ¿me das una calada?


Quiero mirarte a los ojos hasta que te sientas incómodo y vengas aullando a por mí. Darme la vuelta, observar las lágrimas del cachorrillo desorientado y tomarte del collar. Devolverte tu dignidad en un cigarrillo y sentarte de nuevo en el trono del villano. Compostura recuperada y tu je-ne-sais-quoi brillando de nuevo. Acercarme a tí, volverte loco y susurrarte: ¿creías que te sería tan fácil? Pondrás una vez más la sonrisa acerada del pecador y yo me alejaré sobre mis zapatos de tacón, justo a tiempo para que me devores en rebeldía y sumisión. Puede que esté enajenada de tí pero no soy tuya, querido.


Lolita ha vuelto a la ciudad de la que nunca debió marcharse y, esta vez, ella va a narrar su propia versión de los hechos.


Female.

lunes, 15 de febrero de 2010

Drogadme.

¿Quién eres? ¿Te sientes bien? ¿Qué pretendes?

En la nada no hay nada, pero hay mucho espacio dónde buscar.

Dramatismo intravenoso.

La niña que perdió la inocencia en un vaso de alcohol. Excitación. Salió de la seguridad de su hogar envuelta en un halo de candor impuber. A lo largo de la noche perdió un alto porcentaje de todas las cosas que llevaba encima al partir, perdió hasta la sonrisa. La esperanza le pesaba demasiado, la arrojó al barro agujereado por sus zapatos de tacón. Quería divertirse, jugar, pasárselo bien... otro sabado inconexo el domingo por la mañana; otra historia más que apuntar en su historial con tinta roja. Algo falló, invirtió el tiempo. Se sorprendió a si misma en silencio, parada en medio de una multitud de conocidos a los que no conocía. Tenía la mirada vacía y su boca sabía a decepción y dudas. Quería volver a probar su carmín y maquillarse el rostro lleno de cortes con un par de labios de fuego. Ella lo sabía, ambas lo sabían, nadie más. Las dos niñas eran muñecas de trapo desmembradas y llenas de remiendos y eso la volvía loca. Humanas e imperfectas, débiles, carnes pálidas y desgarradas por demasiados fines de semana, demasiado jóvenes para parecer tan mayores. Le gustaba el juego sin reglas. Devorarse la una a la otra en una espiral de pecados y prohibiciones. Placer y calor de dos cuerpos fríos. Separarse abrasadas, magulladas y doloridas, con la piel llena de cortes supurantes y el maquillaje corrido. Luego mirarse lentamente y turbarse con la poca ingenuidad que aún les quedaba. Gasa, medias, tela... perfume de mujer y al día siguiente seguir escribiendo por el amor de un hombre del que desconoce el nombre. Cruces de miradas y sólo dos palabras.

Un sábado a vista de pájaro. Decadencia, fango, pestilencia, basura, mentiras, sexo, juventud...
¿A dónde hemos ido a parar? Somos absurdos microbios parásitos que se aprovechan de las circunstancias. Asesinas. No mato por puro placer, lo hago para buscar un corazón que palpite. Hazme sentir y dejaré que me violes. Quemarlo, acercarlo a mis labios y dejar que su cálido y etereo abrazo me nuble los pulmones (confortablemente insensible) ¿Crisis de personalidad? Miento. Sé quién soy y sé lo que necesito. No voy a huir, el miedo me paraliza. Sólo son castillos en el aire, sueños que no hieren hasta que alguien nos grita al oído. Necesito dormir.


Descubrir al día siguiente con las mejillas enrojecidas por lágrimas de ácido que eres uno de ellos (y volverás a serlo esta noche)
Todo esto pintaba mejor cuando temíamos a los zombies, al menos eso denotaba que íbamos a echar en falta nuestros cerebros.


Lobotomízame y te daré un beso.



Female

martes, 9 de febrero de 2010

Repostería de usar y tirar.

Físicamente: nada del otro mundo.
Inteligencia: mundana
Sentimentalmente: demasiado de-otro-mundo.


Así visto, todo tiene su lógica. En mis ecuaciones mentales nunca debería de entrar el factor esperanza. Lástima que mi naturaleza no sea pragmática.

Patetismo humano. Quiero odiar pero sólo siento lástima.
La sangre de mis venas se congela progresivamente, procesión funeraria acompañando al cadáver de una ilusión marchita.

¡Nena, tienes que espabilar! - le espetó su cuarentona, gorda y ajada hada madrina escupiéndole el humo de su cigarrilo a la cara.

No hay mensajes ocultos para tí en las nubes - se dijo en un suspiro.

Voy a contarte un secreto: es una muñeca sucia de usar y tirar. Empaquetada en plástico y cartón. Rompes el envoltorio y la utilizas a tu antojo. Finalmente, te deshaces de ella sin ningún cargo de conciencia.
No puede hablar, ¿quién puede querer una muñeca hinchable que divague? La respuesta es sencilla: nadie.
A veces no está tan mal decirse adios- para- siempre antes de que salga el Sol. Un amanecer sería glorioso a su lado.
Unos beben, otros se drogan, algunos se aferran al sexo... y luego está quién lo hace todo.


Terminado el festín, queda sobre la mesa un mordisqueado trozo de pastel. Nadie parece haberlo pedido, fruto de un error de algún camarero poco atento. Algunos han probado con sus cucharas el trozo de tarta, gratuito y sin dueño. Nadie le ha dado más de un par de mordiscos. Sólo queda ya la última porción. Todos han terminado de comer pero tú aún tienes hambre. El pedazo es pequeño, suficiente para aliviar el agujero de tu estómago. No resulta demasiado apetecible, ni siquiera tiene buena pinta. Pero está ahí y nadie va a comérsela. Si tú no lo haces terminará en la basura. Una especie de favor, la engulles sin ganas, la tarta ha desaparecido y la gula también. Nadie quiere tomar otra porción, nadie lo hubiese elegido, sencillamente sobrada y estuvo ahí cuando la glotonería te asaltó. Al día siguiente volverás a tu comanda habitual. Elaborados y deliciosos postres que sobrecojen ante su mera visión. No hay razón alguna para renunciar a tu apetitosa rutina y hacerte asiduo de ese vulgar dulce un tanto amargo. Eso es ella, el abandonado y mordisqueado postre que queda después del banquete. Quizás alguien le haga un favor y se la coma, satisfaciendo una mezcla de lástima y curiosidad, o quizás termine pudriéndose con el resto de residuos. Siempre igual.


Sumergirse cada fin de semana en unos labios distintos tiene sentido mientras buscas "el beso", cuando ya lo has encontrado es tan solo una divertida pérdida de tiempo.


El amor efímero es un deporte de riesgo, utilice la armadura adecuada.




Female

sábado, 6 de febrero de 2010

Patetismo, autocompasión y otros cantares.

2:28 de la madrugada de un domingo precoz. Estoy esperando a algo o a alguien y aunque sé que la espera será en vano, algo me impide apagar este ordenador y tumbarme en la cama. ¿Qué hacer? Escribo. Soy tan patética que me asqueo a mí misma.

Necesito que todo el mundo se calle, ¡silencio! Lo único que quiero oir es tu respiración y el suspiro que tengo que liberar.

La gente tiene problemas y yo soy el cúlmen del egoísmo adolescente. Nunca quiero pensar en mí, pero no encuentro la manera de acallar mi mente. Merezco que me odien tanto como yo lo hago. Lo merezco pero no lo quiero.

Déjame que te haga una pequeña petición, no vuelvas a decirme que soy bonita, no quiero que nadie vuelva a hacerme sentir inteligente o especial. Soy ridículamente igual que el común de los mortales y me asquea, pero es cierto. Mírame con malos ojos porque voy a decepcionarte (sí, soy tan egoísta que no podría soportarlo, no a tí), siempre lo hago. Termino por perderme, por hundirme y caer de los pedestales de espejismos que edificáis para mí. Las caídas duelen. Y me quejo. Estoy harta de hacer daño y hacerme daño. No quiero que nadie me quiera (es más que eso, es naturaleza humana, amor que ansío)

Si el masoquismo es inherente al ser humano yo soy la expresión de la humanidad. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... un número más. Me gustaría ser distinta, ser otra, ser más como ella, quizás así no me sintiese tan destinada a la autodestrucción. Probablemente tu me querrías. Pero no lo soy.

La gente es idiota y siento lástima. Victimismo vomitivo a altas horas de la noche. Soy gente ergo soy idiota.


Si fuese guapa o simplemente algo mona.
Si fuese sociable y risueña.
Si fuese más inteligente.
Si fuese graciosa y simpática.
Si fuese menos tímida y callada.

Si fuese más interesante y atrayente.

Si no fuese tan compleja y extraña.
Si no inviertiese tanto tiempo en soñar.
Si no fuese una quejica hipersensible.
Si no tuviese repentinos cambios de humor inexplicables.
Si no tuviese tantas ganas de volar.
Si no fuese siempre a destiempo en universos para-lelos.

Probablemente tu me quisieras y yo también. Seguramente no escribiría nada como esto.

Sencillamente, no sería yo.


A fin de cuentas, da igual lo que lloriquee, da igual lo que te pida o lo que me odie.

"I CAN´T change my mold even if I´m a million different people from one day to the next I CAN´T change my mold"


No.No.No.No.No.


Alicia me enseñó que no tengo que crecer ni menguar, solo estar.

Sí, estoy aquí sola y perdida, pero alguien me encontrará.




(o no).








Female

jueves, 4 de febrero de 2010

Lo pos-impos-ible.

Ruta 66. Carretera desierta, larga como el infinito, como único destino la libertad. La primera vez, quebrantando un millón de ridículas normas, saboreando un sueño. Un viejo descapotable devora el alquitrán a 180 kilómetros por hora, la música ahoga el rugido del motor y se pierde en el infinito. Ella apoya sus pies de porcelana y rubí en el salpicadero, el cabello oscuro ondea al viento, ríe lócamente encantada. Ella le mira con los ojos iluminados, como si nada malo pudiese suceder, soñadora, confiada y radiante. Ambos se sonríen con complicidad anticipando en sus extrañas mentes los futuros acontecimientos nocturnos. El veraniego vestido a cuadros rojos y blancos, sus labios, la carrocería del viejo automóvil, los paisajes que son devorados en un instante, todo parece sacado de una película antigua, una ilusión tan hermosa que no puede ser real (él jamás así lo hubiese creído apenas meses atrás) pero que es tan tangible como sus manos frías reposando sobre su muslo. Ella tomaba instantáneas aleatorias iluminando la carretera con estallidos de flash y sonrisas. Eran jóvenes, no tenían nada que temer, nada que esconder, nada que perder... como pájaros que se elevan por primera vez aprendiendo a volar. Instinto animal. Lobos salvajes que desgarraron su jaula.
El cielo salpicado de estrellas, las luces de la ciudad titilan en la lejanía. Como perseguidos por sus propios fantasmas huyen sin control hacia ninguna parte, siempre efímeros, siempre en movimiento, nunca les darán caza. Jamás creyó sentirse así, esperanzado, sencillamente feliz. Su corazón agotado no había sido remendado con el quebradizo hilo del conformismo del solitario; se había fundido hasta quedar convertido en un amasijo de entrañas incandescentes, un aúreo líquido bombeante que fluía libre e indoloro, un órgano que bajo las heladas caricias de sus manos había tomado forma de nuevo, como un fénix resurgiendo de sus cenizas. Conducía con el único fin de ganarle la carrera al viento. Una pasional tormenta de verano estalló en el cielo, la catársis de los elementos, rayos y truenos; las gotas de lluvia golpeándoles la piel y nunca se habían sentido tan vivos. Ella le miró de esa forma tan suya, con la proposición bajo sus pestañas, él detuvo el coche justo en el medio del asfalto.
Cuando sus cuerpos entraron en contacto bajo el concierto eléctrico nadie hubiese podido negar que había algo de mágico en aquellos críos precoces jugando a vivir, algo de atemporal en sus besos, algo de inmortal (e inmoral) en sus caricias. Corrupto, deseable, sensual, vertiginoso, peligroso, caer en la tentación... Cuando se hubieron separado una nube de vapor de agua invadía el vehículo mientras que la naturaleza había decidido volver a guardar silencio. Él se acerco y le susurró algo en su oído, ella se aproximó y delicadamente puso sus labios entrabiertos en su cuello y le regaló un mordisco.

Ante ellos, el camino. Lo habían dejado todo atrás para alcanzar la nada.

Se dispuso a arrancar, ella dejó caer su pálida mano sobre la de él, sobre el cambio de marchas. Se zambulló en sus ojos negros y musitó: faster... Él puso la sonrisa del pecador en los labios acerados y se dejó llevar... para siempre.





Come away with me in the night, cuando sople el viento del norte.





Female

miércoles, 3 de febrero de 2010

Te... te... te... QUILA.

Te quiero. ¿Te quiero? ¡Te quiero!

Una conocida coétanea me comentaba hoy uno de sus escarceos "amorosos" camino a casa, bajo un Sol abrasador, a eso de las tres de la tarde. Charlábamos animadamente: la jornada fútil que habíamos desperdiciado entre esos cuatro muros escolares, el tiempo que en pleno febrero se asemeja a una de esas mañanas estivales dónde un vestido de tirantes es tu compañía a lo largo de todo el día (en la noche, coincidíamos en que aún debería de ser más escueta, sino nula, la indumentaria) y demás banalidades juveniles de colegialas.
Algo nos llevó a dar un giro a nuestra conversación y ella comenzó a relatar cuando en un apasionado beso con un no -tan- apasionado partenaire, este le espetó un "te quiero" que la joven, en absoluto interesada sentimentalmente por él, no supo como encajar. Me decía que ella permaneció en silencio como si aquellas palabras fuesen tan sólo una respiración más fuerte de lo normal o el silbido del viento (cosa que hubiese preferido sin dudar) Ante su mutismo él volvió a insistir, ella siguió en su linea indiferente y ahí terminó todo. Se quejaba mi compañera de lo inoportuno que había sido aquel "te quiero" y de lo incómoda que la había hecho sentir y culminó su discurso con la frase: "¿Por qué los hombres siempre tienen que romper la magia con cosas como esa?"

A lo que una, que llevaba horas perdida en sus acostumbradas divagaciones, respondió: Verás camarada, el problema aquí no fueron esas dos palabrejas, sino la boca que las esculpió en el silencio. Apuesto a que hubieses bebido los vientos porque otro-que-yo-me-sé las hubiese pronunciado en ese mismo contexto (o en otro cualquiera, ¡qué diablos!) Si bien es cierto que a nadie le gustan esos agobiantes amantes que abusan, ridiculizan y desprestigian tan hermoso enunciado oracional, a todos, sin excepción, nos gusta oír algún que otro te quiero y más aún, si procede de esa boca que nos hace suspirar y esbozar estúpidas sonrisas durante horas (¡ah, l´amour nous rend sots!) Y no sólo eso, sino que cuanto más se hace de rogar ese hechizante gesto más se nos sobresalta el alma cuando nos sentimos la diana de todos esos dardos teñidos de rosa (y empapados en curare) Cuando estamos acostumbrados a un cariñoso "que te peten" nocturno, el día en el que se cuelan esas ocho intrusas letras en la conversación nos sentimos presas de un mágico baile nervioso que culmina en una brillante y cálida sonrisa y un ego tan enorme que no cabe en nuestro lecho. ¿O no es así, querida?

Y todas estas ideas comenzaron a fragmentarse y reagruparse en mi mente como si estuviesen metidas en un enorme "kalós éidos scopéo" dibujando anti mí hermosas e ininteligibles figuras, todo esto para terminar con una ridícula conclusión: "te quiero" no es un verbo que pueda conjugarse.

Hay "te quieros" que echaba de menos y he recuperado, hay "te quieros" que me sobrecogían y han desaparecido, también los hay que nunca me han dicho ni me dirán nada; en esta pequeña gran colección, hay "te quieros" de todas las formas, colores y sabores. "Te quieros" recién adquiridos y soprendentemente necesitados y dulces, "te quieros" que digo y necesito gritar. Y luego, están todos aquellos que aún no han sido dichos, los que se traducen en simples "Eres fantástico" o "Un beso" o incluso aquellos que se escriben implícitos en la palabra "susurro". Hay "te quieros" tan esperados que cualquier otra palabra medianamente amable podrá hacernos estrujar nuestro ingénio para buscar en ella el más mínimo vestigio de un amor mudo.

En fín, la próxima persona que vuelva a decirme un "te quiero" patético, ridículo y falso puede olvidarse de mi nombre. Si alguien trata de pervertir esta sencilla declaración, yo no pienso ser cómplice del asesinato de un sentido que jamás debiera banalizarse.

Y entre tanto, yo me muerdo la lengua hasta sangrar pero sin poderlo evitar,como bien cantaba Frank: "and then I go and spoil it all, by saying something stupid like I Love You"




Juro, juro y perjuro por mí y por todos mis compañeros que este texto no ha sido extraído de una patética revista para adolescentes ñoñas y hormonadas.



En realidad, "te quiero" no es un verbo, pero SÍ puede conjugarse.






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