sábado, 20 de febrero de 2010

A través del espejo.

"Bienvenido a mi morada, entre por su propia voluntad y deje parte de la felicidad que lleva consigo"



Se miraba frente al espejo silenciosamente. Sus facciones permanecían fijas, su gesto indescifrable, clavaba la mirada sobre la reflectante superficie tratando de atisbar algo más allá de su propia imagen. Nada, el mismo rostro inmóvil, ley física arrogante.

La cámara se aleja de ella y toma un plano picado de la estancia para volvernos a dejar con el enfoque de sus ojos, una vez hecho el recorrido a través del cándido cuarto infantil.

El espejo es grande, lo suficiente para reflejar su cuerpo entero desnudo, ricamente ornamentado, filigranas y pan de oro. En la parte inferior del marco de caoba dorada unas letras de elegante caligrafía rezan una frase en latín que no acierta a comprender. Lleva horas en la misma posición, como una estatua de porcelana fina, a su alrededor el tiempo parece haberse quedado congelado; el leve movimiento de su pecho colorea la escena de una agobiante mortalidad que nos evoca la acción del inexorable, como granos de arena pasando de una a otra de las cabidades del reloj, un goteo incesante que paradójicamente nos hace pensar en la eternidad.

Vórtice de imágenes inconexas: unas manos sucias deshojando una rosa roja, unas manos sucias deshojando una rosa blanca, pétalos que se mezclan homogéneos. Un lobo negro congelándose, días rojos, grises y monótonos.

Una anciana de rostro deforme, negra parodia de un cráneo, un paisaje de cráteres abruptos y retorcidos en ángulos intangibles, las carnes cetrinas llenas de surcos y costurones, y el resto teñido del brillo resbaladizo del petróleo. Prácticamente calva, irrisorios mechones calcinados y canosos. Carece de la oreja izquierda, sólo una cavidad, y la nariz simulaba ser un pequeño fragmento de roca volcánica color ceniza. La boca era un tajo sin labios, un valle en medio de las rocosas montañas, y lo peor es que se movía. Convulsiones, estertores de muerte, un tic nervioso y grotesco le contraía las facciones, curvándole la comisura izquierda de la boca y agitando las estribaciones del tejido cicatricial de la calva. Ciega, ambos ojos de límpido cristal azul celeste enmáscardos por un pálido y fino velo blanquecino.
Camina arrastrando su esqueleto, pellejo marchito, como un ánima nauseabunda.
Apoya sus huesudas manos carentes de uñas, abominables garras de carne sanguinolienta, sobre la espalda desnuda de la niña.

"¿Sabes, cariño? Dios ha muerto, encontraron su cadaver maltrecho y apaleado en el huerto de aquellos hombres que hablaban en latín, ¿los recuerdas?" - las malévolas y finas líneas de sus labios emitieron, contra todo pronóstico, una melodía ancestral y hermosa.

La niña desnuda sigue atenta a su reflejo, impávida.

El cristal argentino comienza a temblar, la materia se torna plasma. El horrendo espectro de la mujer anciana se disuelve y en el lugar dónde su mano yació sobre el hombro de la muchacha, se abre una profunda cicatriz dorada que saca a la jóven de su estado natural. La niña sonríe y al segundo siguiente, chilla, se retuerce presa de un pánico incomprensible. Llora, acto seguido su expresión se vuelve tierna y armoniosa. Gime y el placer hace mella en sus blancas carnes. Cambia a la velocidad suficiente para que puedas reconocer el sentimiento que la posee en cada instante. La velocidad de sus mutaciones desciende progresivamente, el espejo no devuelve ya ninguna imagen, sigue agitándose con violencia. Alarga su brazo en un mecánico movimiento hasta que las yemas de sus dedos quedan a pocos milímetros del cristal plateado, se mira los pies descalzos y la realidad la golpea en la cara como un jarro de agua fría. Está encadenada al suelo, inamovible, trata de alargar los brazos hasta el tope de sus posibilidades pero sus dedos siguen sin alcanzar la puerta, el espejo. Estoica y abatida, se sienta en el suelo, espectadora pasiva de todos sus anhelos, realidad.

La anciana aparece de nuevo tras ella.

"Cielo, es hora de la lobotomía. No temas, mañana todo volverá a ser como antes, podrás seguir buscando la felicidad. "

Toma el cuerpo frío de la jóven entre sus garfios y duras hebras metálicas nacen de sus cúbitos para sujetar a la yaciente bella que no duerme. Ella no se resiste, asume con la mirada cargada de verdad. La vieja se para frente al espejo y recita con condescencia la frase latina:

"No hay nada más melancólico que la muerte de la belleza."

Da la vuelta y se marcha con la niña sujeta a sus brazos, suspirando con su dulcísima voz,
como cada noche.

Si dios ha muerto, es hora de buscar al anticristo - retumba una voz masculina y magnética al fondo del pasillo.

La ancia vuelve a emitir un hondo y cálido suspiro.

Horas más tarde, el Sol comienza a despuntar tras los cristales.

Una vez más.





Female.

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