jueves, 4 de febrero de 2010

Lo pos-impos-ible.

Ruta 66. Carretera desierta, larga como el infinito, como único destino la libertad. La primera vez, quebrantando un millón de ridículas normas, saboreando un sueño. Un viejo descapotable devora el alquitrán a 180 kilómetros por hora, la música ahoga el rugido del motor y se pierde en el infinito. Ella apoya sus pies de porcelana y rubí en el salpicadero, el cabello oscuro ondea al viento, ríe lócamente encantada. Ella le mira con los ojos iluminados, como si nada malo pudiese suceder, soñadora, confiada y radiante. Ambos se sonríen con complicidad anticipando en sus extrañas mentes los futuros acontecimientos nocturnos. El veraniego vestido a cuadros rojos y blancos, sus labios, la carrocería del viejo automóvil, los paisajes que son devorados en un instante, todo parece sacado de una película antigua, una ilusión tan hermosa que no puede ser real (él jamás así lo hubiese creído apenas meses atrás) pero que es tan tangible como sus manos frías reposando sobre su muslo. Ella tomaba instantáneas aleatorias iluminando la carretera con estallidos de flash y sonrisas. Eran jóvenes, no tenían nada que temer, nada que esconder, nada que perder... como pájaros que se elevan por primera vez aprendiendo a volar. Instinto animal. Lobos salvajes que desgarraron su jaula.
El cielo salpicado de estrellas, las luces de la ciudad titilan en la lejanía. Como perseguidos por sus propios fantasmas huyen sin control hacia ninguna parte, siempre efímeros, siempre en movimiento, nunca les darán caza. Jamás creyó sentirse así, esperanzado, sencillamente feliz. Su corazón agotado no había sido remendado con el quebradizo hilo del conformismo del solitario; se había fundido hasta quedar convertido en un amasijo de entrañas incandescentes, un aúreo líquido bombeante que fluía libre e indoloro, un órgano que bajo las heladas caricias de sus manos había tomado forma de nuevo, como un fénix resurgiendo de sus cenizas. Conducía con el único fin de ganarle la carrera al viento. Una pasional tormenta de verano estalló en el cielo, la catársis de los elementos, rayos y truenos; las gotas de lluvia golpeándoles la piel y nunca se habían sentido tan vivos. Ella le miró de esa forma tan suya, con la proposición bajo sus pestañas, él detuvo el coche justo en el medio del asfalto.
Cuando sus cuerpos entraron en contacto bajo el concierto eléctrico nadie hubiese podido negar que había algo de mágico en aquellos críos precoces jugando a vivir, algo de atemporal en sus besos, algo de inmortal (e inmoral) en sus caricias. Corrupto, deseable, sensual, vertiginoso, peligroso, caer en la tentación... Cuando se hubieron separado una nube de vapor de agua invadía el vehículo mientras que la naturaleza había decidido volver a guardar silencio. Él se acerco y le susurró algo en su oído, ella se aproximó y delicadamente puso sus labios entrabiertos en su cuello y le regaló un mordisco.

Ante ellos, el camino. Lo habían dejado todo atrás para alcanzar la nada.

Se dispuso a arrancar, ella dejó caer su pálida mano sobre la de él, sobre el cambio de marchas. Se zambulló en sus ojos negros y musitó: faster... Él puso la sonrisa del pecador en los labios acerados y se dejó llevar... para siempre.





Come away with me in the night, cuando sople el viento del norte.





Female

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