viernes, 23 de diciembre de 2011

Para siempre nunca.

Poco a poco dejó de ver el universo en su mirada para perderse siempre en el negro de sus pupilas. Los juegos ya no eran para buscarse las cosquillas sino para desatar toda la rabia contenida. Todas las bofetadas con sabor a caricias excesivas.Las discusiones dieron paso a los silencios. Los silencios se llevaron los orgasmos de la mano y ya ni eso mantenía sus cuerpos unidos. La una lloraba a escondidas las cosas que añoraba, el otro huía de las lágrimas que ya le ahogaban. No eran más que las paredes ruinosas de algo sin tejado. Ella medía su afecto con cuentagotas para no llevarse a cambio un chiste malo. Él cambiaba sus horarios para tener que pasar menos tiempo a solas. Se fueron alejando mientras seguían sentados cada tarde en el mismo sofá del salón. Se miraban y los dos callaban lo que ambos sabían. Ya no había declaraciones estúpidas en post-its con el café, ni tardes en las que gritar obscenidades por el balcón. Las noches blancas eran solo para ella, ahora ahogaba sus suspiros con sus sordos ronquidos. Nadie se atrevía a dar el paso definitivo que les pusiese en direcciones opuestas. Ella se sentía diminuta y culpable por ansiar más. Él olvidaba que alguna vez tuvo sentimientos.Los gusanos del tiempo devoraban sin remedio el cadáver del amor. Y así siguió creciéndoles por encima el moho. Ella insomne y él golpeando el despertador.




Female.

lunes, 19 de diciembre de 2011

Yo también te quiero.

- Sí, quiero casarme contigo (...)

(Te detesto. Es una verdad simple y directa: no me gustas. Tu presencia me perturba, tu existencia me agota. El sonido de tu voz es un chirriante graznido que me revuelve el intestino y me provoca naúseas. Sentirte cerca me hace imaginar millones de muertes lentas y dolorosas para escapar de ti. No te odio porque no te tengo en tan alta estima. Eres grotesca y repugnante. Me molestan hasta la saciedad las aletas de tu nariz, hinchándose desmesuradas cuando respiras. El bamboleo incesante de tus brazos huesudos, color azufre, retuerce mi hígado y me hace querer ahogarme en mi propia bilis. Apestas. No me gustaría que te murieras para no observar como hay quien llora tu muerte. Te desprecio hasta tal punto que me asfixiaría para no compartir tu aire. El vello espeso de tus piernas como pequeñas hebras de alambre de espino hace que mis corneas se desprendan. Tus palabras encienden mi combustión espontánea.Si sintiese el más mínimo aprecio algún día por ti me arrancaría el cerebro a mordiscos. Das asco y pena, a partes iguales)


- Claro, cariño, ponme dos terrones de azúcar.


Female.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Hablo de ti, Soledad.

Soledad era una mujer con los ojos húmedos y los labios secos. Estaba enamorada de la Luna de madrugada y no había nada en el mundo que le diese más miedo que su reflejo anónimo en el espejo. Era un ser tremendamente inútil,lloraba dos veces al día y suspiraba cinco al minuto. Antes contaba cuentos a los adultos y versos a los niños, ahora; vestida de plañidera cuenta sus penas a oídos cansados que ya están sordos. Se le fueron cayendo los besos y las sonrisas como a un árbol en otoño y se quedó desnuda mientras el frío abrazaba su tronco.La luz del alba que bañaba su cuerpo cambió de alojamiento y su llama se apagó justo a principios del invierno. Los cinco años de su ternura le pesan como toneladas de arena sobre los ojos. La jaula que nunca quiso ahora tiene tres cerrojos, el mundo fuera de sus sábanas ya no le parece un territorio a explorar, tierra de hadas. Se cortó ella misma sus alas por miedo a la caída. Todo le asusta, está perdida. Se está perdiendo y no hay salida. La que un día era dama de la libertad, quiere cadenas que sujeten sus ataques. Quiere que la quieran, quiere que la amen. Llenarse de algo, llenar a alguien. Antes la llamaban Alma, ahora la llaman Soledad pero ella ya no escucha. Y camina por sus pesadillas, sola, taciturna. Una de tantas, historias de Soledad.


Female.

jueves, 8 de diciembre de 2011

La chica más fea de la ciudad.

Recoge las cadenas del monstruo que duerme bajo tu máscara. Libre albedrío para todos los borrachos de miércoles, caminan hacia las consecuencias de la mano de Baco y la madre de un drogadicto. Llantos que huelen a vodka y putas que no consiguen clientes por mucho que se desnuden. Regresan a casa apestando a fracaso y vómito. Quítate despacio la cara de plástico y mírate al espejo: las imperfecciones como cráteres taciturnos van devorando tu belleza marchita y no hay alcohol que desinfecte tus heridas. Nunca ha sido guapa, ni aunque lo vendiese más barato que todas sus hermanas. De pequeña mamá te aviso de que jamás serías la chica más bonita de la ciudad pero tú estabas igual de enferma y creíste que el tiempo te daría la razón. Te mirabas al espejo diseñando tu futuro cuerpo en mármol y maquillaje. Los escotes cada vez más bajos y las faldas más cortas para vanagloriarte de las miradas que jamás te vieron. Pero siempre regresas a casa dejando un vacío imperceptible en los que esta noche duermen completos. Has rebajado tanto tu precio que ya ni cobras. Mendigando roces y palabras de atención. La reina de la noche con su corona de espinas. Vives debajo de un andamio y ya no consigues ni un triste piropo. Te metes en la cama y suspiras, yo también quiero que se masturben pensando en mí.

La niña que quería ser mariposa y se convirtió en el gusano de cualquier capullo.


Female.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Cuentos para Álex y Max.

La niña que no quería usar zapatos.



Milena tenía siete años, los ojos color del cielo de invierno y el pelo como una escarola mustia. Era casi tan alta como la encimera de su cocina y pesaba más o menos lo mismo que dos perros como el de la vecina. Su mamá siempre le decía que era una niña tremendamente lista y eso hacía que las pecas de Milena se curvasen en una sonrisa tan larga como la línea del horizonte. Nuestra pequeña protagonista nació en un lugar dónde nadie usaba jamás zapatos. Allí lo natural era caminar descalzo día tras día: sentir la hierba mojada entre los deditos de los pies, quemarse con la arena caliente del verano y disfrutar de las esponjosas mantas. Quizás por eso Milena tenía unos pies sensibles y curtidos, acostumbrados a ser casi como unas segundas manos con las que veía incluso mejor que con sus ojos. Disfrutaba mucho cuando antes de dormir, su papá masajeaba sus empeines y estremecía las plantas con cosquillas.
Una tarde de invierno llegaron a casa unos hombres que jamás había visto antes. Se fijó en sus pies y en sus caras, adivinando en segida que aquella cosa que los contenía debía de hacerles un daño realmente terrible para que luciesen unas muecas tan avinagradas. Aquellos hombres tenían una voz fuerte que recordaba al sonido de los tenedores arañando los últimos restos de comida del plato, chirriantes y fríos. No le gustaba el modo en que los miraban, como las avispas antes de abalanzarse sobre ellos. Hablaban en un idioma que ella desconocía pero a papá y a mamá parecían no gustarles sus palabras. Su madre tomó muy fuerte la manita de Milena y la ayudó a recoger algunas cosas de su cuarto. Mientras caminaban delante de aquellos hombres que tanto miedo le inspiraban a ella, su madre le fué explicando algunas cosas: debían marcharse, su casa ya no era un lugar seguro, tendrían que irse a vivir a la ciudad.
Dos pilla-pillas entre el Sol y la Luna duró el viaje de la familia. Estaban rodeados de sus vecinos en un vagón oxidado que hacía un ruido atronador y convertía los sueños en pesadillas. Cuando llegaron, el paisaje que la mirada gris de Milena se encontró le resultó escalofriante: su visión estaba continuamente cortada por gigantes de ladrillos y ojos vidriosos, el humo le picaba en la nariz y el asfalto hacía heridas en sus descalzos piesecitos. Milena deseaba de todo corazón volver a su casa y curarse los rasguños con el agua clara de la fuente del patio. Ella no se conformaba con aquellos aparatos para los pies y se negaba a abandonar el frío suelo de baldosa de su nueva casa. En aquel apartamento, que estaba montado a hombros de muchos otros, vivían con ellos otras tres familias del pueblo; pero en lugar de disfrutar de su vida en común ahora todos estaban silenciosos y compungidos, demasiado atareados en cualquier cosa como para chapotear en los charcos que regaban el baño cada vez que alguien se lavaba.
Todo aquello tenía a la pequeña muy entristecida y sus pecas se marchitaban con la ausencia de Sol en sus mejillas.
Cuando la semana tocaba a su fin, mamá decidió que ya era hora de que la niña saliese y conociese su nueva ciudad. Allí todas las personas caminaban deprisa y miraban al vacío; nuestra Milena, lista como era, supuso en seguida que se debía a que aquellos "zapatos" (según papá le explicó) que la gente usaba para protegerse del cortante suelo debían de apretarles mucho y por eso necesitaban llegar a su destino lo antes posible para poder desprenderse de ellos. La niña que era tan buena como el estofado de su abuela, trataba de explicarles a todos que debían levantar todas las piedras sucias que estaban pegadas a la hierba y que tanto daño les hacían. Pero aquellas personas parecían estar también sordas, ella dedujo prontamente que se debía a los ruidos estridentes que todas las cosas provocaban. Se acordó, entonces, de aquel día que se quedó encerrada en el corral de las gallinas y lo mal que le sentó todo aquél revoloteo. Probó a escribir en uno de aquellos enormes muros de piedra su consejo para que los hombres y las mujeres del lugar no tuviesen que esforzar su oído demasiado, pero un tipo de aspecto fiero como un oso la riño enormemente y la acusó de algo así como "banderismo". Milena estaba tremendamente confusa, ella no sabía nada de banderas. Así que se fue a casa corriendo tan rápido como los guepardos y le contó a sus padres lo sucedido. Mamá y papá se sentaron junto a la niña y le explicaron pacientes y tiernos que en aquel nuevo hogar las cosas funcionaban de manera muy diferente. Aquellas personas se habían olvidado del tacto de los guijarros húmedos y del tierno calor del sol de otoño, vivían en un sitio dónde era necesario caminar mucho y muy deprisa todo el tiempo, lo que los obligaba a cubrirse los pies para no desgastarlos. Tenían los oídos entumecidos y por eso hablaban siempre a gritos. No quedaban flores ni plantas (salvo en pequeños recintos) porque las chimeneas habían atrofiado sus olfatos. Y aquel color sucio y aburrido ya no les importaba porque sus ojos se habían relegado a mirar para no ver. Milena se puso tan triste por todas aquellas personas que lloró tanto como para llenar tres depósitos de agua de la ducha. Enfadada tiró sus zapatos por la ventana y salió corriendo a la acera. La niña se hizo de viento y alcanzó tal velocidad que sus pecas se le iban quedando atrás, aunque sus piernas flaqueaban por el dolor de sus pies, aceleraba el ritmo para salir volando de allí. Iba tan aprisa que a su paso desprendía la acera y con su risa apagaba los semáforos y las alarmas de los coches. Alcanzó tal velocidad, que se esfumó. Y ahí donde ella desapareció se produjo un tremendo estallido de luces y colores que obligó a todos los habitantes de la ciudad a levantar su vista al cielo, cosa que hacía mucho tiempo que ninguno realizaba. En aquel preciso momento, un niño pequeño arrojó sus zapatos fuera del carricoche y una anciana escuchó el trinar de su canario con deleite. No fue mucho lo que cambió aquella tarde en la ciudad, pero toda la vida de la niña roció tiernamente las cabezas de los presentes y casi sin querer, ese día caminaron mucho más despacio e incluso esbozaron alguna sonrisa.


Female.

La muerta.

Todos están demasiado lejos: a mi lado, en la cocina, a kilómetros de aquí... Demasiado lejos. Nadie pone su mano sobre mi frente para absolverme de todos mis demonios. Nadie lee en los lunares de mi cuello un mapa de vientos y tempestades. Soy la única habitante de esta ciudad sin nombre, no tengo patria mas estoy limitada por duras fronteras. Excluida por inercia de todo ser humano, hasta sus huellas se borran en la arena. Tómame entre tus brazos y escucha el leve batir de mi corazón. Enjuaga mi frente ardiendo de fiebre y dame de comer palabras con agua y azúcar. Quédate a velar mi sueño esta noche y cerciórate de que las corrientes ajenas no apaguen la llama de mi respiración. No sirvo para nada. Acarréame como una carga en tu espalda pero mírame como si fuera de humo. Tócame como si deseases comprobar que soy materia y no sueño. Duérmete a mi lado con el arrullo incansable de mi pecho. Estoy enferma. Soy como un reloj que siempre avanza en sentido opuesto. Llevo una maleta cargada de lluvia y una postal sin destinatario. No soy Pandora porque no tengo caja más allá de la que me contiene. Soy un acertijo con una pista en cada beso. Estoy delirando, los virus danzan en torno a mi vientre y se conmueven con el calor de mi piel. Tengo frío. El mundo ahí fuera me llama pero yo no quiero dejar la cama. Quiero palidecer de hambre y miedo mientras tú me lloras. Quiero que compres flores y te escondas en el baño para secar tus lágrimas antes de entrar en mi cuarto. Me muero. No puedes saberlo. Quiéreme, que no nos queda tiempo.



Female.