sábado, 24 de abril de 2010

Moscas y mosquitos.

A veces se me llena la boca de dardos envenenados que me oprimen el pecho hasta fracturar mis costillas, desbordan por mis labios y salen disparados hacia su objetivo clavándose entre las fisuras del muro. Mi ametralladora sarcástica y verídica tiene el seguro estropeado, las palabras tienen voluntad propia, digan lo que digan, y cansadas de estar secuestradas en un zulo al fondo de mi conciencia necesitan impregnar con su amargor cetrino el aire denso y blanco que se ha abierto camino, casi sin querer, entre nosotros. Y después de Chernobyl, aún quedan residuos radiactivos que se filtran a través de los poros de nuestra piel y van a desembocar al torrente sanguíneo como ríos de lava desintegrando el paisaje a su paso. No contenta con arrasar campos y cosechas montada en mi caballo, rocío con sal la tierra yerma.
Mirando los residuos inhóspitos de lo que un buen día fue hermoso, lloro. En lo alto, contemplando el desamparado páramo, me avergüenzo.
Necesito pedirte perdón, transformar mi genocidio particular en una guerra, Hiroshima es demasiado ruín, aunque más rapido; pues las viejas reglas del honor aseguran que decapitar uno a uno a tus rivales espada en mano, sintiendo sus fluidos en tu propia piel, es terriblemente más digno y meritorio que lanzar la hecatombre aérea a tres mil pies de altura, el humo palia la visión de la muerte. No me arrepiento de ninguna sílaba, ellas se arrepienten de mí. No quise destrozarte, solo deshilachar las costuras para que pudieras volverte a recomponer. Lamento la rabia y la adolescente humanidad, aborrezco mi verborrea de bilis, mi vómito inconstante de sentimientos putrefactos y cargados de moho, detesto esta situación de impotencia y lástima que me abruma y me esclaviza. No, no se trata de ganar o perder en esta batalla, se trata de rendirse. Tratando de escribir que te quiero (y tu melancolía es mi cicuta) no justificaré mis actos.

Estoy sentada, justo en el centro de un inestimable campo de minas, aterrada. Quiero avanzar, huir, alejarme y decirte adios, pero el terror me paraliza. Ocultas bajo la hojarasca están las damiselas esperando el más leve roce de mi cuerpo para detonar. Si lloviera tendría clara mi decisión, correría a través de la arena y las vallas, explosionando en millones de cenizas y me entregaría al infinito en un único grito, un golpe de batería; sin embargo, hace Sol y sólo deseo permanecer sentada, realmente no sé si me apetece que alguien venga a buscarme. Hace viento y me gusta el paisaje Apocalíptico que me engulle, como un mordisco lo bastante superficial como para no rasgarte la piel mas lo suficientemente fuerte como para destrozarte los tendones.
El tiempo hará cicatrizar la herida, lástima que no exista.

Siempre la misma maldita pieza discordante del puzzle echando por tierra todos mis esquemas, acepto el caos y él me quiere.

Supongo que anoche comprendí de dónde provenía la niña caprichosa que se sienta sobre mi hombro, ya sé lo que estoy buscando: necesito un hermano mayor, un amigo que deje la ventana de su habitación abierta por las noches, trepar por las ramas de un árbol y deslizarme entre las sabanas, abrazarle y pedirle que me cuente un cuento mientras me sonríe y que sólo me importe su cálida luz color ámbar.
Ojalá esa niña hubiese seguido jugando al escondite conmigo, deseos de cosas imposibles.

El zumbido reconfortante de los altavoces deja paso a una nueva canción, carboncillo y tizas, un día nuevo... Y se me acaba de ocurrir una nueva pregunta: ¿a dónde diablos se ha fugado mi mente?


Female

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