domingo, 13 de junio de 2010

Aguardiente de Jara.

No hay nada más peligroso que el desencanto, la pérdida de toda clase de esperanza e ilusión causada por cientos de amargas decepciones. El hastío, la usanza del error, la pérdida de la inocencia decapitada por la cruenta y tortuosa guillotona de una rutina acostumbrada a fracasar.
Toda causa se antoja imposible y perdida mientras el empeño y la fuerza disminuyen inversamente proporcionales y nos volvemos perezosos y sedentarios ante una visión tan abrumadora y pesimista que nos sume en un estado vegetativo y pasivo-nihilista. El desencanto aniquila la capacidad revolucionaria de las personas.

Habitualmente esta tremenda involución viene dada por la edad. Todos aquellos jóvenes cuyos corazones latieron al unísono algún día lejano entonando la Internacional terminan cansados y magullados tras ver todos sus sueños de adolescencia reducidos a cristales rotos y deudas titánicas (y tiránicas) Vivir tratando de derrumbar un muro de adamantium a base de gritos es agotador de la peor forma posible, emocionalmente. Sucumbimos finalmente a los esquemas, a las decisiones, al televisor y a las facturas. Eran jóvenes, eran puros, eran fuertes... Y ahora solo son hormigas en el terrario que ni tan siquiera se molestan en tratar de resquebrajar los cristales y recobrar aquella luz solar que vagamente recuerdan con cariño de cuando en cuando. Cayeron presas del agotamiento mental, consumieron su idealismo e idearon la cadena de consumo, se dejaron capturar por la niebla de una madurez que radica en catalogar todo de imposible y no arriesgar jamás. El credo de la madurez: Si eres menor de 25 años y no eres un idealista, es que no tienes corazón; si pasas de los 40 y aún lo siegues siendo, lo que no tienes es cerebro.

Yo siempre viví aterrado ante la visión de ese día en el que la desesperación me tomaría de la mano y me volvería a encauzar dentro del camino de baldosas amarillas. Me sedaría la edad para venderme, luego, la felicidad embotellada a cambio de mi ser. Temía crecer y perder el clamor adolescente, no deseaba entregarme a mis ídolos para verlos derrumbarse de nuevo. ¿Cuál sería el pedestal que con su caída arrastrara también mi juventud? Quería convertirme en Peter Pan y mantener la visión clara y la ingenuidad intacta, lo suficiente como para seguir luchando amparada por la esperanza concienzuda de la sangre que bulle en la adolescencia.

No hay remedio posible. Parece ser que solo existen dos posibilidades a este mal que aqueja a la humanidad desde tiempos inmemoriales: o creces y te integras en el frenético y vacuo mundo de los adultos, olvidando todo tu poder mas madurando en experiencia y ahorrándote el sufrimiento del abogado del diablo; o bien te mantienes en El País de las Maravillas para siempre, escoges la vida solitaria y tortuosa del pirata y conservas todo tu fulgor intacto de estrella a punto de explotar, adolescente eterno en un cuerpo surcado de arrugas y cabellos canos.

Nadie tenía la solución salvo tú: la mezcla imposible, la madurez ingénua, el infantilismo erótico, la Revolución desarmada. Apareciste, como lo hacen las mejores cosas en la vida, por casualidad predestinada. Me arrastraste hacia tu irrealidad gravitatoria, enredándome en tus vocálicas y armónicas consonantes, hablaste: "No hay batalla perdida, salvo aquella que jamás se libra. No hay empeño más válido y lógico que aquél que obedece a la sinrazón del corazón. No luches por ellos, lucha por tí y regala cada victoria al conjunto de seres humanos. De este modo, cuando caigas, será más sencillo que levantar a toda la humanidad, levantarte tan sólo a tí mismo; no habrá rencor ni odio hacia el mundo, nada que te haga perder la fuerza. Cree en ellos, apóyate en todos aquellos que te inspiran, cree en tí. Sé un ser humano con ojos de niño mas con boca de hombre. Nunca dejes de volar pero nunca apartes tu vista de la tierra y permanecerás siempre dorado. Mas una cosa he de advertirte, cuando crees ciegamente en alguien existe la posibilidad casi certera de que la imagen que fabriques no coincida con la imagen que ofrece realmente (caerás en la ingenuidad peligrosa) y te sentirás defraudado; es por ello que te ruego que no esperes a que el ídolo caiga por sí mismo, no te sientes a ver cómo se marchita agonizando en su lecho de muerte, no observes pasivo y melancólico la corrupción de la divinidad terrenal. No asistas al funeral, no les dejes caer. Asesina a tus ídolos, mátalos cuando aún son jóvenes y fuertes, crucifícalos cuando aún se mantienen hermosos y resplandecientes, porque esa es la única manera de hacerlos vivir para siempre"

Y en un úlimo susurro concluiste: "Aléjate de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los niños"

Tú, tú eres la única cura posible a mi tan temida misantropía escarmentada.
Eran consejos de viento grabados en piedra, advertencias cantadas como poemas en tu risa de arrullo de mar. Me enseñaste a amar a las rosas a pesar de sus espinas, calibrando equilibradamente la sal que hacía arder mis ojos con los bálsamos de camomila que esclarecían mi visión, me hiciste fuerte sin dejar que me escondiese tras una armadura de metal demencial. Cuentos que hablaban de matanzas y visiones, melodías que lloraban sangre y escribían Historia, besos que cerraban heridas y abrían la mente; removiendo mis entrañas entre el aroma de la esencia de tu genialidad.

Estoy construyendo tu cruz, dame tiempo, no te diluyas aún... te voy a asesinar.





Female.

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