lunes, 4 de enero de 2010

La verdadera historia de Galatea.

Subjerdades concisas varias:

La gente que dice "¿cuala?", "vistes", "me se cayó" ... merece la muerte y es inexorable.

Padezco de verborrea (suena a enfermedad de transmisión sexual con horribles síntomas) fútil, ridícula y de-la-ta-do-ra.

Padezco de misantropía (suena a metamorfosis física de ser humano a hermosa nereida, pero no) excesiva, ingénua y do-lo-ro-sa.

La gente se miente.

Génesis:

En el principio de los tiempos fuí un tosco y vulgar bloque de alabastro en bruto, cuya inexperta belleza podía ser sólo apreciada por los más visionarios genios y locos artistas.
Uno de ellos, quizás el más curioso de todos, decidió acercar sus manos al macizo cuadrilátero, que se descubrió gélido y suave al tacto , pudiéndo percibir apenas un inaudible latido que emanaba inexplicablemente de la roca. Dejándose arrastrar por una corriente que escapaba a su comprensión comenzó a deslizar lentamente sus manos sobre la pulida superficie que comenzó a vibrar. El artista invadido ya por completo de fascinación y deseo creador se valió de sus ardientes manos obstinadas para esculpir derritiendo la marmórea columna en un sin fin de delicadas líneas que se retorcían sobre sí mismas en psicodélicos bailes buscando su propia, única y anhelada forma. No podría dilucidar el tiempo que tomó el fundido y frenético alabastro en recomponer su dura y pétrea estructura, fijando para siempre e inexorablemente su nueva apariencia (de cualquier manera nadie estuvo allí para documentar dicho proceso) El agotado artífice abrió sus ojos para contemplar la creación y descubrió ante él la figura de una nacarada mujer de gesto frío, cruel y triste de un refulgente blanco que irradiaba una densa y cegadora luz. Mudo quedó el hombre de cuyas mortales manos surgiera la pétrea dama, mudo de asombro y conmovido hasta el alma. Lágrimas de impotencia derramó viéndose atormentado por el mal de Stendhal, mientras el corazón acelerábase y las rodillas temblaban hasta hacerle desvanecer consumido por un abrasador fuego interno. No era más que una escultura inerte del más oculto y secretamente adorado de sus deseos. La expresión indescifrable y enigmática de la ninfa de piedra enamoró al desventurado jóven hasta arrastrarlo a la locura, pues había materializado su amor en un abiótico mineral que jamás podría sentirlo. Cegado por su nula cordura empeñóse en caracterizar al objeto que destellante se alzaba ante él, arrancó las finas hebras de negra amargura que su corazón destilaba y las colocó delicadamente enmarcando el pálido rostro, los brunos hilos se fundieron lentamente con los poros del material creando una oscura cabellera que ondeaba dándo vitales esperanzas para alimentar sus desquiciadas intenciones; seleccionó, acto seguido, cuidadósamente dos agujeros negros de lo más hondo de su fuero interno para colocarlos dentro de las blancas cuencas que recubrieron como párpados los oscuros y hechizantes agujeros, y así siguió humanizando a la ninfa de blanca belleza, y con cada uno de sus gestos su mente iba quebrándose sin remedio. El resultado de su absurdo experimento culminó en una muchacha cuya existencia no era mortal ni divina. Cayó de rodillas al suelo, sin saber qué mas hacer para insuflar la vida a su amada inmortal. Mordióse los desgarrados labios de pura rabia y la cálida sangre pendió como un torrente de laba ensuciando su demacrado rostro. Se acercó a la doncella de piedra y besó sus duros y perfilados labios con los suyos aún manando sangre, que como fuente de vida salpicaron de carmesí la imperturbable blancura de la estatua. Cuando sus labios se hubieron despegado lo que encontró ante sí no fue ya la muerta fémina si no una jóven que se adivinaba real, humana, con sangre palpitante recorriendo su piel de mármol, que movíase con gracia divina e infantil torpeza. Fue así como nació ella. Ahora el enamorado podía sentirla, podía adorarla viva y consciente, para sí, para siempre. Inexperto y apasionado como era no se percató de la ausencia de un corazón en su amada.
¡Cuan cruel creador!, destinada estaba la jóven al sufrimiento, pues para todos es sencillo comprender que nada puede recibir quien nada puede ofrecer. Aunque fue amada con todo el alma y todo el ardiente fuego de los locos, poetas, artistas y genios, nunca ella pudo dejarse amar ni conocer el amor. A fin de cuentas, no era más que una estatua de alabrasto que pretendía vivir satisfaciendo los anhelos carnales y fingiendo los sentimentales. Ojalá nadie hubiese insuflado ese último soplo de vida en su cuerpo de mármol, dotándola de capacidad de sufrir pero no de amar.



Entendía ella el amor como algo hermoso y complejo, nadie puede alcanzar la felicidad en soledad. Pero comprendía tan bien que el amor era algo que ella jamás podría tener pues quien no ofrece amor, nunca puede ser amado.





A LA MIERDA EL AMOR. PUNTO.


Female

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