sábado, 28 de enero de 2012

Cuentos para Álex y Max.

Pintores sin sangre.



Cuando era más joven, en mis años de Universidad, mi vida quiso que me encontrase con una mujer de la que ahora, en mi vejez, aún no he podido olvidarme. Me intrigaba su mirada, nadie sabía realmente mucho de ella. No recuerdo que fuese especialmente callada pero tenía algo en su expresión que la hacía enigmática. Tenía episodios extraños en los que le gustaba encaramarse a cualquier sitio donde hiciese frío y volase el aire, como una diosa pagana en su trono, y desde ahí obsevar con fascinación la vida que se desarrollaba bajo sus pies. Comencé a observarla un domingo por la mañana, tenía constancia de su existencia, quizás nos hubiéramos cruzado un par de veces o puede que coincidiéramos alguna noche por ahí. Ese día ella estaba en el balcón de su casa, sentada sobre una silla rota de plástico, con un camisón y una manta. Reposaba los pies descalzos sobre las barandillas de metal blanco del balcón, parecían los pies fríos y morados de una muerta. El cuadro de por sí ya era bastante intrigante, sin embargo, la razón de que tenga ese instante grabado en mi memoria fue la actitud de su rostro, que ha ido como tallando en cuero toda esta historia. Había instantes en que su mirada se quedaba clavada en los grandes edificios de ladrillo, examinando con sumo detalle cada uno de ellos, con un interés vivaz que sacaba chispas de sus ojos; poco a poco, se iba apagando hasta casi parecer una estatua de mármol ausente; en ese preciso instante, cambiaba de objeto y sus ojos volvían a abrirse como una potente fuente de luz. Casi parecía un intercambio de flujos vitales, ella se iba apagando a medida que ponía su hálito vital en los ladrillos y estos ponían el suyo en ella. Creo que recorrió concienzudamente cada rincón de las infraestructuras que podían verse desde allí. Luego alzó la vista al cielo y sus pestañas parecieron echar a volar como gaviotas, su rostro sonrió entero, como si una flor acabase de eclosionar. Yo sabía que en aquel momento toda ella volaba y sentía el frío del viento bajo la falda. Pronto pasó a centrarse en cada transeúnte que pasaba bajo su balcón, con una mezcla de infinita curiosidad y ternura, devoraba sus mentes e ideas y los acunaba con dulzura maternal. Casi parecía que con picardía diseñase trampas para captar su atención, hacer florecer las ramas de los árboles de invierno, destender la colada del balcón de enfrente y doblarla con perfección... tenía un semblante mágico. Tal y como estaba, se giró hacia el interior de la casa y volvió a humanizarse sin mayor espectáculo de por medio. Desapareció entre los cristales y no volví a saber más de ella...Hasta dos meses después.

La siguiente vez ocurrió en una noche universitaria. Ella estaba bailando en un bar y se reía con gracia. Yo la observaba con curiosidad desde la barra. Súbitamente su semblante cambió, cogió su bebida y salió del bar. Recogí mis cosas y la seguí afuera. La encontré sentada en silencio sobre un banco, con la cerveza en la mano. Me senté a su lado y esperé. Supongo que debido a mi alto contenido de alcohol en sangre, reuní el suficiente valor para hablarle. No recuerdo muy bien qué clase de banal conversación de jueves noche mantuvimos pero lo que sí puedo describiros casi textualmente fue el cuento que ella me contó camino a casa.

" No sé cuanto tiempo hace de estos hechos, probablemente ni siquiera sean reales así que ya va siendo hora de darlos a luz. Hubo un tiempo en el que la palabra "prohibido" sustituía a la palabra "libertad". No fue un cambio brusco y violento sino que las autoridades paulatinamente fueron promulgando leyes que terminaron por establecer una dictadura sólo encubierta por las palabras. Primero comenzaron levemente, exigiendo recortes sociales ... Espera, no sé si esta es la mejor manera de contarlo. Busquemos un escenario diferente. Esto que voy a contarte sucedió hace 75 años en un planeta que tiene por nombre... Mañana. En Mañana vivían cómodamente y sin excesivas preocupaciones. Los habitantes de Mañana, predecesores de los seres humanos, compartían con ellos muchos defectos y muchas virtudes, así que sus sociedades no eran especialmente distintas. Sí que lo era su hábitat. En Mañana, existía un enorme océano de pensamiento que conectaba todas las partes del mundo. A través de él, las madres mandaban besos a los hijos emancipados y los empresarios firmaban contratos con otras puntas del globo. También se almacenaba allí cultura de todo tipo a la que cualquier persona podía acceder sin ningún problema. Teniendo en cuenta lo afines que eran estas personas a los seres humanos no te será difícil de entender el siguiente punto de nuestra historia, la codicia de algunos de ellos encontró inadmisible y peligroso que aquél océano los igualase a todos permitiendo que la sabiduría estuviese gratuitamente en mano de cualquier ciudadano. Así que amparados en ridículas leyes empezaron a comerciar con el contenido del océano. La gente, que tan necesitada estaba de él, cedió y comenzó a dejarse cobrar por hacer uso de este. Enorgullecidos de su éxito y no contentos con este beneficio económico, decidieron examinar y restringir el contenido que podía albergarse en Data (pues también bautizaron el océano) limitándolo a informaciones dóciles y uso comercial. Aún no entiendo muy bien por qué pero pese al descontento de la gente, nadie se levantó contra ello. Aquí, los altos mandatarios vieron la vulnerabilidad y resignación del pueblo de Mañana y, poco a poco, fueron limitando más y más la vida de la gente. Unos pocos lucharon duramente contra ello pero tan pocos eran que no fue suficiente. El resto de la población no hizo nada hasta que fue demasiado tarde. Súbitamente Data prácticamente se había secado y fuertes vayas impedían el acceso. Esta política de contención se aplicó a todo en la vida de los habitantes de Mañana: la educación se administraba por vía oral en dosis de 25 mg al día, el arte pasó a ser considerada una actividad supérflua y carente de interés público y, bajo estos argumentos, fue prohibida... Poco a poco la gente se vio inmersa en una extraña dictadura psicológica que mantenía la apariencia externa de una democracia. No sabían muy bien contra qué atacar así que dejaron de intentarlo y se supeditaron a ella. Salvo un muchacho, este chico siempre cabeza y cabecilla de todos los levantamientos contrarios, atizándose una y otra vez contra el muro que los políticos construyeron en las cabezas de la gente. Pero el colmo de los colmos, llegó cuando desde las altas esferas prohibieron los colores, ahora el único color legal sería el gris, símbolo del gobierno. Aquello fue más de lo que el muchacho pudo soportar, mucho más, agotado de luchar en vano, trató de encontrar alguna manera de devolver el color al mundo. El día que prohibieron los colores, recordó que su sangre aún seguía siendo roja. Esperó al día del Estado y se situó en el centro de la plaza del pueblo, abrió en canal las venas de su antebrazo derecho y pintó desesperadamente las ropas grises de la gente. Les tomaba por las manos y les instaba a sentir que dentro de sus propios cuerpos aún latía con fuerza el color, aún no estaban perdidos. El muchacho fue arrestado y murió desangrado en las manos de la Guardia, frente a aquella muchedumbre teñida de rojo. Algunos trataron de copiar su ejemplo, otros, confusos y asustados, huyeron a casa. Los días venideros todos hablaban de aquel muchacho. Los más valientes trataban de repetir su hazaña y hacer recordar al resto que aún tenían esperanza. Las cosas no cambiaron violenta y rápidamente tampoco aquí, pero incluso los más temerosos se pincharon en la soledad de sus camas y guardaron en el lado cálido de su almohada el pequeño recuerdo de su color. Llegaron los colores, recordaron las fragancias, las palabras... Lentamente incluso volvieron a pensar en Data. Seguían llevando el color en su sangre, su naturaleza aún era grande. No puedo decir que aquél pequeño resorte fuese la causa de un muy tardío cambio que ni si quiera sé si llego a producirse, pero me gustaría pensar que sí.
Ahora, déjame que te explique algo: Cuando mañana sea hoy, ¿serás tú capaz de ser ese muchacho?"



Acto seguido se despidió de mí y, desde entonces, no ha pasado una noche que no me pregunte si seré capaz de pintar de nuevo las rosas rojas con mi propia sangre. Y vosotros, ¿seríais como el muchacho o como el resto de pintores sin sangre?


Female.

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