jueves, 17 de marzo de 2011

Desconocidos.

Jueves. Una mujer sola. Así deberían empezar estas líneas pero comenzarían con una mentira y esa no es manera de escribir una confesión. Diría que no estamos a jueves, al menos ella no. Vaga por alguna clase de vacío temporal. No es una mujer, aunque podría serlo, es una joven, una chica, una niña. Hay algo de cierto en esta primera introducción, está sola. Me gusta como camina, cimbreante, como si no tuviera nada que perder porque o tal vez no tenga nada o quizás ya lo haya perdido todo. Puede que ni siquiera sea capaz de ver que aún le quedan cosas. Sus brazos caen a los lados de su cuerpo y se balancean dulcemente al ritmo de sus andares. Su mano izquierda roza el vuelo de su falda roja y la revuelve a cada braceo como una bailarina en una casual y descuidada coreografía. No es muy alta y no tiene un cuerpo bonito. Es extraña. Desde que la he cruzado no he visto otra cosa que la espalda de su chaqueta de cuero y ahora la sigo. Tiene el pelo largo y oscuro, también baila al son de la melodia que solo su cuerpo parece escuchar. Si me acercase más podría oler su perfume, presiento que lo lleva y que huele especialmente bien. Ella se gira, tan solo por una diminuta fracción de segundo, precedida por su espesa cabellera, la imagen me abruma. No es especialmente guapa, al contrario, pero hay algo en ella que me resulta hipnótico, tal vez la extrema tristeza que desvelan sus facciones. Creo que oculta algo más, el resto de las piezas del puzzle. La adelanto por la izquierda y permanezco a su paso. Huele a luna, deliciosamente bien. Analizo su rostro, están tan abstraída que sé que no me advertirá. Me llaman la atención sus cejas, su forma es limpia y sencilla aunque sinuosa, están contraídas en un gesto involuntariamente melancólico. Lleva maquillaje, sé que si la tocase tendría el rostro frío y suave, podría notar el tacto liviano de los polvos cubriendo su carne. Hay algo muy armonioso dentro de la disonancia de su cara, su estructura osea parece casi perfecta. Su boca está entre abierta, como si un suspiro atascado impidiese que sus labios, excesivamente gruesos, se tocaran. Su boca es trágica. Los ojos no son nada del otro mundo, parecen oscuros, supongo que marrones. Lo fascinante es su mirada, carece de ella. Sin embargo, flotando un palmo por encima de sus pestañas imagino un antifaz negro que lleva escrita, con una dulcísima caligrafía, la palabra sufro. Tal vez su suspiro sea una súplica, bésame. Discreta, buen adjetivo para su nariz, puede que la curva sea excesivamente pronunciada en la punta. Está oscuro y no puedo ver con claridad nada más aunque la imagino. Estoy siguiendo a una extraña que, además, es extraña. Parece haber llegado a casa, se detiene. Duda, aunque solo con los pies, sobre si sentarse en el banco o entrar directamente. Saca las llaves del bolso y se decide a entrar. Al girarse me ve y me dirige una sonrisa, la más triste y por ello hermosa que haya visto en años. Desaparece tras la puerta del portal. No he conocido una belleza tan triste desde Marilyn Monroe. Me conmueve. Algún día algo o alguien terminará de destrozarla y ella se suicidará. Camino a casa pienso en ella y su historia. Si supiera pintar, la pintaría. Si tuviera una cámara, la retrataría. Si fuera valiente, me enamoraría de ella. Como no lo soy, la describo para no olvidarla. Quizás ya se haya suicidado y yo ahora mismo esté escribiendo sobre el cadaver de una chica que lloraba sin lágrimas. Deseo pensar que no es así. Este es el momento de las películas en el que la cámara deja de evocar el flashback que describe el narrador secuencialmente y aterriza directamente sobre la hoja rasgueada por el bolígrafo mientras los espectadores se encogen en sus butacas y se mentalizan para afrontar el final del cuento. Un cuento sin principio y sin acción. Solo personajes y posibilidades. Me gustaría haberla estrechado entre mis brazos, sintiendo el peso de su cabeza sobre mi pecho, mientras acaricio su pelo oscuro y le susurro que todo irá bien. No lo haré jamás. Somos aparatos de radio estropeados que, de vez en cuando, captamos la interferencia de alguna conversación privada, deberíamos cambiar de emisora pero optamos por sentarnos como espías y asistir a ellas, aunque queramos intervenir no podemos. Tal vez yo sea justo lo que ella necesita en este momento, lástima. Si ella fuese una flor la pondría a secar entre las tapas de algún libro y la enmarcaría en mi habitación. No hay nada más hermoso que la muerte de la belleza, ni nada más triste. El final de un cuento sin final. Solo personajes y posibilidades. Punto y aparte.



Female.

No hay comentarios:

Publicar un comentario