lunes, 12 de noviembre de 2012

Ambivalente.

Me arde el pecho, cientos de años y de llantos me atenazan al corazón anclándome a las profundidades más oscuras. Sufro a la madre africana y a su hijo que se muere, siento su impotencia, su miedo, su resignación y su rabia melancólica. Esta noche me ha tocado conectarme a la toma de corriente en negativo. Mi cuerpo no es lo suficientemente fuerte como para soportarlo. Las lágrimas desbordan unos ojos que por más que se cierran no consiguen volverse ciegos. En mi defensa diré que igual que sufro el mundo, lo río. Hoy la boca es un aullido pintado de azul cián. Siento como me arrebatan en los brazos, con sus hachazos, todos los árboles de la selva amazónica. Caigo de rodillas, la toma de tierra se agazapa aferrándose a ella, queriendo descargarse. Sus versos desgarrados me arrancan chillidos ahogados, quebrados como sus vidas. Me agazapo en una cama de alguna calle de Bratislava mirando en silencio al techo mientras una polla demasiado conocida se lleva con cada embestida la inocencia de mis 9 años. Trato de abandonarme al dolor, fluir con él. Me repito un mantra constante: pasará. Pero sé que siempre vuelve, porque sus historias no mueren con ellos, renacen continuamente en lugares y rostros aún por descubrir. Ella, sabia y hermosa, con su mirada cargada de vida y de muerte, trata de abrazarme, me ruega con ternura que deje de pelear, tiene que vaciarse a través de mí, recobrar la armonía. La abrazo, agradezco que me escoja, que me considere digna pero solo tengo carne y hueso, que no parece bastar. Melodías ancestrales y profundas, lobos de Lunas boreales, zumbidos terráqueos que se agitan y retuercen en el aire. Ambivalente.

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